lunes, 28 de mayo de 2018

Una construcción histórica y contingente de los procesos migratorios. Una mirada desde la educación



Vania Ochoa
En el último tiempo hemos presenciado acontecimientos desoladores en cuanto al tema migratorio en el mundo. No sólo hemos escuchado de los naufragios en el Mar Mediterráneo y los cientos de migrantes buscando refugio en Europa o las decenas de personas muertas durante el mismo trayecto. También hemos escuchado como la política anti migratoria de Trump en Estados Unidos separó a más de dos mil niñas y niños de sus familias y las/los hizo permanecer en cámaras cercadas con alambres, siendo en realidad centros de detención para las niñas y niños migrantes. Sin ir más lejos, en Chile cada cierto tiempo escuchamos como es el trato a trabajadoras y trabajadores migrantes y las condiciones que deben soportar por parte de empleadoras/es. Y nos estremecemos cuando conocemos la historia de Joane Florvil, juzgada por toda una sociedad tras ser catalogada de “mala madre por abandonar” a su hija, cuando sólo buscaba ayuda y nadie se la brindó, por no entender su idioma natal y ella no hablar español, viviendo una secuela de maltratos y posterior calvario por parte del Estado de Chile. Todos estos sucesos nos llevan a analizar cómo los procesos migratorios se están desenvolviendo en el mundo y en este territorio.
La migración se ha convertido en un fenómeno mundial que ha aumentado cada vez más. Por lo general, se representan las migraciones como un traspaso de límite político-administrativo, es decir, de un país a otro, pero también existen procesos migratorios en cada una de las sociedades. De esta manera, se debe comprender que, históricamente, las personas han migrado debido a la necesidad de encontrar más oportunidades y mejores condiciones de vida. Por tanto, las transiciones demográficas se deben a diversos factores que ocurren en el lugar de origen. Estos se relacionan a problemas económicos, políticos, sociales, culturales y/o bélicos, entre otros, a los cuales las personas deben enfrentarse día a día.
Estos desplazamientos implican generalmente cambios forzados o no deseados en la vida de las y los migrantes. Así, migrar significa vivir nuevas lenguas, nuevas historias y nuevas identidades que están en una constante mutación. Se tejen encuentros y desencuentros entre los recién llegados y la sociedad que acoge. Por ende, migrar no significa que el punto de llegada sea seguro e inmutable. Más aun, significa consecuencias emocionales en el caso de no poseer un círculo de contención que apoye la transición de un lugar a otro. Además, se debe considerar que en las comunidades de origen la estructura familiar y los lazos se han modificado y fracturado. Pero no se debe olvidar que las y los migrantes traen consigo una “mochila propia”, es decir, un idioma, una historia, una familia y una cultura. Por ello, los procesos de adaptación y asimilación en los lugares de destino, muchas veces muy diferentes a sus lugares de origen, no deberían ocasionar la pérdida de sus identidades.
En el escenario global, la Organización Internacional para las Migraciones - OIM; estimó que hay alrededor de 232 millones de migrantes internacionales en el mundo (2015), esto se explica en concordancia al desarrollo de la economía mundial, que atrae a una gran cantidad de migrantes hacia las urbes económicas de cada región. No obstante, los grandes flujos migratorios no han encontrado correlación ni en la gobernanza ni en las políticas migratorias de los lugares de destino.
La mala gestión de los aparatos estatales y de los gobiernos sobre los procesos migratorios, ha desencadenado soluciones improvisadas con el fin de superar deficiencias en las necesidades básicas como los servicios de salud y educación, el acceso al mercado laboral y la vivienda. Pero, no han posibilitado que las y los migrantes se establezcan de manera concreta y permanente, sino más bien, estos se establecen en zonas periféricas de las grandes ciudades, propensas a peligros y en lugares precarios, con limitado acceso a recursos, servicios y oportunidades indispensables para la resiliencia.
Si bien Chile no se caracterizaba por ser un país constituido por grandes flujos migratorios, en los últimos años la migración se ha convertido en un tema de magnitud política y social, primando los movimientos migratorios de carácter intrarregional, es decir, migrantes provenientes de países fronterizos y latinoamericanos. Sin embargo, el Estado chileno no ha proporcionado instrumentos pertinentes para gestionar y facilitar solución a los problemas generados a partir de la creciente presencia de migrantes, sólo ha oficializado cambios menores en sus políticas tradicionales para salir de las presiones coyunturales, reacomodando la estructura institucional con políticas coercitivas.
Las políticas migratorias en Chile tienen data desde la construcción del Estado-nación, pero lejos de ser políticas de integración social y cultural, poseen un fuerte sesgo colonialista, racista y discriminatorio. Sólo por nombrar algunos hitos importantes nos encontramos con la Ley de Colonización del año 1845, la cual promovió y fomentó de manera oficial la llegada de colonos europeos. Con esta ley se esperaba atraer y retener población blanca y europea, generando la disputa de territorio con las comunidades mapuche en las regiones sureñas. Por otro lado, durante la Dictadura Cívico Militar se promulgó la Ley 1.094, más conocida como Ley de Extranjería, vigente actualmente y que rige toda normativa relacionada con el ingreso y egreso de personas en el país. La dictadura utiliza un lenguaje político que asocia la amenaza extranjera con ideologías de izquierda, reemplazando la categoría de migrante por la de extranjero, alejando el significado tradicional de migrante e instalando un nuevo referente que refuerza la idea de peligro. En este sentido es importante mencionar el anacronismo que caracteriza a esta ley, ya que la norma corresponde a un escenario de treinta años atrás y no a la sociedad actual, constituida por cantidades cada vez más significativas de migrantes y en estrecha relación con los procesos económicos de la región latinoamericana y otras regiones del mundo.
A partir de los mecanismos de control establecidos desde la Dictadura Militar y que continúan en esencia durante los gobiernos democráticos, se observa una concepción dual del sujeto inmigrante, es decir, un extranjero deseable (el colono) y otro no deseado (el espontáneo), ganando terreno la visión negativa, pues las y los migrantes no deseadas/os son una potencial amenaza para la nación.
Sin embargo, nos encontramos con otro elemento relevante y es que el Estado chileno participa en instancias de integración económica neoliberal como el MERCOSUR, el TLCAN y la Comunidad Andina, lo que muestra una imagen del país en el extranjero que recalca la estabilidad económica, política y social, en contraposición a la realidad que viven otros países de la región, y que a su vez motiva el arribo al territorio para la construcción de un proyecto de vida. Pero que en realidad no es más que acelerar el intercambio de diversos factores productivos en el sistema económico y político, como la mano de obra barata.
Una mano de obra barata, de característica latina, joven, femenina, indígena y, en los últimos años, afro-descendiente. Que se encuentra entre los 20 y 35 años de edad, por ende, pertenece a la población en edad fértil con potencial reproductivo y laboral. Para el año 2014, según dato del Departamento de Extranjería y Migración – DEM, el número de mujeres supera al de los hombres, representando un 52,6% del total de la población migrante. Pero debemos considerar que estas cifras dependen de las visas otorgadas legalmente y no contemplan la situación de migrantes sin documentos o en la ilegalidad institucional.
Asimismo, la migración latinoamericana en su origen no es homogénea, siendo la condición socioeconómica preponderante y determinante para el proceso de inserción laboral en el país. Las/los migrantes provienen de diferentes grupos, por lo que se enfrentan a diferentes situaciones y realidades, que en cierta medida, pueden colocar en incertidumbre su permanencia en el país. Por tanto, los problemas que les afectan no son los mismos para los distintos grupos migrantes, diferenciados en edad, clase, género, pueblos originarios, etc. Siendo más afectados los grupos indocumentados y en condiciones de mayor pobreza, añadiendo la no existencia de redes sociales que faciliten su proceso de inserción en la comunidad local.
En este contexto, la educación se ha convertido en uno de los principales focos de atención y preocupación de las familias migrantes, ya que es la niñez migrante la más afectada con la vulneración de este derecho universal, sobretodo en un país en que la educación de calidad es considerada un privilegio y un bien de consumo a la cual sólo algunos grupos de la sociedad pueden acceder. Los procesos de reunificación familiar de migrantes demandan este derecho por lo cual el Estado chileno ha formulado normativas y decretos que sólo han garantizado el acceso de niñas y niños migrantes al sistema educativo, con el fin de cumplir con la Convención Internacional por los Derechos del Niño de 1989. Pero no ha garantizado una educación acorde a las realidades de las familias migrantes que marcan una fuerte presencia en las escuelas públicas.
Más aun, para las comunidades migrantes la escuela es el primer espacio de integración, e inclusive es la cara más visible del Estado, donde pueden informarse y hacer valer sus derechos sociales. Sin embargo, en reiteradas ocasiones se encuentran con un eje de discriminación al interior de las escuelas, por las adultas y los adultos que integran el sistema educacional como también por parte de las y los pares infantes, principalmente por su color de piel, su fenotipo, su manera de hablar, su personalidad o por su nacionalidad. De este modo, poco sirve que la normativa vigente señale que el Estado debe proporcionar el derecho a la educación de la infancia migrante ya que la mayoría de las familias migrantes se encuentran con obstáculos durante este proceso y terminan sintiéndose discriminadas por los establecimientos educativos.
En este punto es donde debemos detenernos para dar cuenta de cómo el sistema educativo genera y reproduce representaciones no reales de las comunidades migrantes. La política educacional chilena entrega una enseñanza de valores y concepciones construidos en contextos muy diferentes al actual, basados en la homogenización y en el no reconocimiento de la diversidad que existe en la sociedad, exaltando lo “nacional” desde una mirada histórica y transgrediendo todo lo que puede ser considerado diferente, versátil y heterogéneo, excluyendo a la comunidad migrante y por ende a la niñez migrante. Pero, importante es recordar que esto no sólo ha sido ocasionado desde el aumento de migrantes intrarregionales, sino que ha sido una práctica constante del Estado chileno desde su constitución, pues también ocurrió con los pueblos indígenas, resaltando el caso del pueblo Mapuche.
Estas situaciones se vuelven aún más preocupantes teniendo en cuenta el rol que cumplen las escuelas como primer espacio socializador de la población más joven del país. Además, es el lugar donde las niñas y los niños viven y construyen gran parte de su infancia. De esta manera, la escuela es un espacio vital para las niñas y los niños migrantes, no sólo porque es el primer acercamiento a la comunidad local, sino porque además es un espacio referente donde aprenden las pautas o normas de comportamiento de la niñez local. Por tanto, que en este espacio se desarrollen experiencias discriminatorias y racistas, tanto desde el sistema educativo institucional como por las personas que desarrollan labores educativas e incluso por sus pares infantes, es preocupante, ya que no sólo afectará la autoestima de las niñas y los niños migrantes por medio de estereotipos y prejuicios, sino que además dificultará sus procesos de integración social en los lugares de destino.
De este modo, el sistema educativo se convierte en uno de los principales mecanismos que reflejan el tipo de sociedad que se ha construido frente a temas como la migración y la infancia. Por medio de las experiencias y vivencias de la niñez migrante se visibiliza cómo el sistema educativo determina una sociedad con valores intolerantes, generando un entorno excluyente y poco amoroso para las niñas y niños, en general y para la niñez y comunidad migrante en particular.
Por lo tanto, debemos reflexionar el cómo desde nuestros espacios políticos y desde nuestras prácticas cotidianas cuestionamos y transformamos estas realidades desiguales, clasistas, racistas y machistas en las cuales se vulnera a las comunidades migrantes intrarregionales. Conocemos que la construcción de una política institucional, en particular la educación, influye en la creación de una imagen estereotipada de las y los migrantes, que valora la homogeneidad por sobre la diversidad que pueden entregar las culturas migrantes a la sociedad de llegada, provocando una resistencia e inclusive un prejuicio bidireccional, donde la sociedad local discrimina a la comunidad migrante y ésta a su vez se margina sin interrelacionarse con otros grupos.
Comprendemos que estas situaciones se extrapolan a la niñez migrante por lo que es urgente modificar este escenario violento, ya que las niñas y los niños migrantes deben dejar de sentirse desintegradas y desintegrados por sus pares y por el conjunto de la sociedad. Por esto, la sociedad que acoge, debe reconocer desde una perspectiva de respeto y diversidad, de-colonial e intercultural a la niñez migrante, dejando de lado los sesgos adulto-céntricos, entendiendo que las niñas y los niños, de por sí, son sujetos/as sociales, participes y protagonistas del desarrollo de sus derechos, ya que es en la infancia donde se reproducen los roles de género y se socializan las primeras frustraciones. Debemos percibir que la niñez migrante posee motivaciones, objetivos y estrategias propias, que sus proyectos no son reducibles a los de los adultos, y que mediante su subjetividad y sus discursos comprenden la realidad desde sus experiencias como niñas y niños, pero no por ello menos valoradas y menos significativas.


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