miércoles, 16 de mayo de 2018

Mujer Rural y trabajo en el capitalismo global


                                                                                                                                            Mafalda Galdames Castro

Para iniciar este tema inevitablemente debemos ubicarnos en el tiempo y contexto mundial que estamos viviendo: La globalización y sus formas de integración regionales que como materia de análisis, son múltiples y nos llevan a convocar diferentes áreas y problemáticas que inciden sobre esta situación, que nos hacen transitar desde sus características internacionales, hasta llegar a los efectos locales que produce este proceso de capitalización creciente, con restricciones de los contratos y prestaciones sociales, con migración masiva desde diferentes territorios con sus correspondientes expresiones de racismo, discriminación y explotación laboral en aumento para favorecer las arcas de los señores capitalistas y las grandes corporaciones que se encuentran desarrollando a sus anchas la fase extractivista en el mundo.

Porque la globalización, a diferencia de otros procesos económicos que nos antecedieron, es un proceso inédito, por la extensión que tiene sobre nuestro sistema planetario, por la profundidad y velocidad en que se ha implantado, transformando las relaciones culturales, económicas, sociales y comunicacionales de la humanidad y que, amparado en un modelo ideológico de penetración de instituciones y corporaciones que detentan el poder económico bajo dimensiones ilimitadas, dictamina programas, convenios internacionales y reglas para aplicar desde los países ricos hacia los países pobres.

El proceso de globalización tiene la capacidad de funcionar como una unidad en tiempo real a escala planetaria, por lo tanto, las decisiones y las actividades que se desarrollan en un lugar tienen repercusiones simultáneas en otros muy distantes, porque además se cuenta con el avance tecnológico de la informática y las comunicaciones.

Las economías nacionales en este contexto pierden su autonomía, y se rearticulan bajo ajustes estructurales que les permitan insertarse plenamente en esta “unidad globalizada” bajo procesos de transacciones, negocios, convenios y tratados internacionales (TPP) y de esta manera entrar en el concierto internacional, que opera bajo la lógica del mercado, que lideran las transnacionales y las grandes compañías, suplantando todas las formas anteriores que sustentaban la industria nacional.

No olvidemos que hasta el año 73 en Chile existía el Estado de Bienestar, se desarrollaba la industrialización por sustitución de importaciones, en manufacturas como cuero y calzado, textiles y confección de vestuario, en aceros y sus derivados, producción agrícola nacional de alimentos básicos bajo la Ley de Reforma Agraria (aceite, cereales, azúcar) y explotación de recursos naturales y minerales, la nacionalización del cobre fue en beneficio del desarrollo de la economía nacional, existía educación y salud pública. Los sindicatos de trabajadores que conformaban los cordones industriales eran poderosos y con alto poder de negociación. Todo este sistema de bienestar fue destruido con el golpe cívico militar, que fraguó la quiebra de las industrias y al amparo de una Reforma Laboral se persiguió a los sindicatos, se produjo una contra reforma agraria y se inicia un proceso de privatización de los bienes comunes y servicios con medidas urgentes amparadas en decretos con fuerza de ley para sustituir el Estado de Bienestar por un Estado subsidiario. En resumen, nos convertimos en el modelo para América Latina de un Estado capitalista neoliberal.

En la actualidad los flujos de capitales se volatilizan, las empresas reeditan o crean nuevas relaciones laborales, la organización del trabajo se flexibiliza. En definitiva, el llamado “ajuste estructural” es el cambio del marco regulatorio nacional e internacional para adaptarlo a los requerimientos de la globalización. En nuestro país el ajuste estructural se aplicó de manera dramática y drástica -como ya hemos mencionado- bajo el régimen militar; y los diferentes gobiernos que le han sucedido han perfeccionado este modelo, adaptando la economía nacional a los requerimientos de la globalización que ha implicado profundas transformaciones en el área de la salud, la educación, los bienes naturales y los servicios.

En este contexto, hombres y mujeres entran en condiciones desiguales al proceso de reestructuración, dadas las características de los sistemas de relaciones de género que caracterizan a las sociedades actuales. Son las mujeres las que sostienen parte importante de este proceso, debido a la división sexual del trabajo. Aquí debemos agregar la responsabilidad del cuidado de las familias, pues si no existen las garantías sociales que les permitan disminuir el trabajo doméstico, la carga laboral se intensifica.

Bajo este ajuste, son estas mismas responsabilidades familiares, las que hacen a las mujeres más vulnerables a la precarización de los empleos, debiendo aceptar trabajos de menor calidad, mal remunerados, sin las mínimas garantías laborales ni de seguridad social, a cambio de un sistema flexible de trabajo que le permita compatibilizar ambas responsabilidades: o sea el trabajo doméstico y el remunerado.

Para las autoras Virginia Guzmán y Rosalba Todaro[1], la mayor vulnerabilidad de las mujeres que deriva de esta doble exigencia forma parte de la estrategia desreguladora del mercado laboral. Ellas sostienen que la discriminación de las mujeres en el mercado del trabajo, o sea -la división entre ocupaciones masculinas y femeninas, a las que se le atribuye distinto valor- asegura una mano de obra barata para un conjunto de actividades y formas de relación laboral necesarias para el funcionamiento de la economía, principalmente en la manufactura y la agricultura de exportación, y áreas de servicios y de apoyo a las empresas globales.

Las condiciones desiguales, se agravan con la privatización de las prestaciones sociales y la seguridad social, abandonándose por parte del Estado el principio de solidaridad, y muy por el contrario, fomentando a través de propaganda engañosa, el aporte y la capitalización individual, que incide sobre toda la población; pero afecta en mayor medida a las mujeres trabajadoras, pues la reproducción humana como bien social, pasa a representar un costo que debe ser asumido por el sexo femenino. Un claro ejemplo de esto es que las mujeres en edad fértil, tengan o no hijos, deben pagar planes más altos en el sistema de salud previsional, por el riesgo que supone mayor demanda y por lo tanto gastos de atención en salud mayor que los hombres.

Si en el medio urbano, las mujeres jubiladas gozan de pensiones menores que los hombres, debido a su mayor porcentaje de esperanza de vida, más baja aún es la pensión cuando los aportes en su vida laboral activa son producto de las remuneraciones inferiores que reciben de pago. Las mujeres rurales, aún trabajando toda su vida en el sistema temporal de la agro-exportación podrán recibir una pensión de jubilación digna. Muchas mujeres campesinas que, por diversas razones, ya sea por procesos migratorios o expulsión del campo a la ciudad precisamente por la restructuración agrícola, encuentran una alternativa económica en el trabajo temporal de la agricultura de exportación o como ocurre en las provincias del sur en las empresas de producción y procesamiento de mariscos y salmones, se encontrarán al final de su camino en esta situación de orfandad previsional.

Desde sus inicios, las mujeres de poblados rurales, con necesidades urgentes de ingresos monetarios, se incorporan a un trabajo moderno, pero flexible y precario. Desde ese punto de vista, el trabajo estacional fue tomado como una posibilidad de generar ingresos, en un corto tiempo, incrementar su poder adquisitivo y acceder a una mejor calidad de vida para ellas, sus hijos e hijas.

Si bien es cierto que aún en condiciones de trabajo desiguales, precarias, de relaciones laborales inestables y escasa protección previsional, ha habido un aumento sustantivo en la incorporación de las mujeres al trabajo, también ha significado un avance en la toma de decisiones al interior de las familias y una mayor capacidad de autonomía personal y económica. Para las mujeres la generación de ingresos propios, la ampliación de las relaciones interpersonales y el aprendizaje de nuevas competencias van cambiando la percepción de su propia imagen y la valoración de su inserción en el grupo laboral y organizacional en el que interactúan.

En el sector de la agricultura, la división del trabajo por sexos está muy caracterizada bajo el sistema patriarcal. En los países en desarrollo la mujer desempeña un papel crucial en el sector agropecuario, especialmente en las economías familiares campesinas, en la producción y elaboración de los alimentos. En Chile, por ejemplo, las mujeres tienen a su cargo el manejo y cultivo de los huertos, desde que se inicia el proceso con la selección y cuidado de las semillas, la preparación del terreno hasta la cosecha, con una preocupación constante por la limpieza de hierbas, la aplicación de abonos en las hortalizas y verduras que constituyen el sustento alimenticio del hogar. Tienen a su vez un papel destacado en el manejo de otras actividades como crianza de animales menores (ovejas, corderos, cerdos, conejos) también de aves y producción de huevos, que contribuyen de manera significativa en las economías familiares campesinas.

Patricia Bifani, nos refuerza la tesis de que “la mujer es el pilar de las estrategias de sobrevivencia de las economías campesinas”, cuando nos dice que, mediante el desempeño simultáneo de una multiplicidad de tareas, les hace frente a los problemas generados por el deterioro de los salarios y el mayor costo de la canasta básica de alimentos, así como por la consiguiente disminución de la capacidad de compra per capita. Las estrategias de sobrevivencia adoptadas más corrientemente consisten en la diversificación de la producción, y por lo tanto de las fuentes de ingreso, producción para el autoconsumo, para la solidaridad familiar, comunitaria y local.

Muchas veces además, hay que agregar el trabajo fuera del predio agrícola o parcela, como trabajadora asalariada agrícola o bajo otras modalidades, donde el trabajo se torna más pesado sobre todo en el caso de las mujeres jefas de hogar. Aquí vemos que la posición subordinada de la mujer en el mercado laboral y en el hogar está interrelacionada y forma parte de un mismo sistema patriarcal. La asignación de trabajos a las mujeres en la mayoría de los casos son una extensión del trabajo doméstico (educar, cuidar a los niños, limpiar, servir, etc.) y como este se encuentra devaluado en la mayoría de las sociedades, también se desvaloriza lo que se le parece.

La gama de actividades de las mujeres en la agricultura es tan variada y está tan interrelacionada al sistema de comportamientos que se realizan al interior del “sistema agrícola” que implica una categoría de comportamientos que deben ser estudiados según las actividades y su importancia, el grado de independencia de las mujeres para realizarlas, por ejemplo, responsabilidad única, responsabilidad compartida, forma de gestión de los recursos, grado de autonomía, etc. Como también las limitaciones y condiciones generales que conlleva la división del trabajo en el hogar, el cuidado de los hijos, el abastecimiento de agua y combustible. También encontramos otras actividades productivas extra-agrícolas, como preparación de mermeladas y licores, artesanías y otras generadoras de ingresos como el trabajo asalariado temporero, empleo doméstico, etc.

Y además su participación en organizaciones gremiales, funcionales y territoriales, entonces quedamos absolutamente convencidas que existe una subvaloración de la participación de las mujeres en el trabajo agrícola. Las estadísticas oficiales no la asumen en igualdad de derechos frente a los hombres en la producción agrícola, lo que se ha reflejado en una falta de información periódica y sistemática, que las invisibiliza, pero que además ha contribuido a que en la mayoría de los países no se efectúen políticas y estrategias de desarrollo coherentes con el papel preponderante de la mujer en la actividad agropecuaria y las economías familiares campesinas.

En Chile, las políticas agrarias enfatizan la agro exportación como elemento primordial para la generación de divisas y sustento del modelo político neoliberal, las unidades campesinas, por lo tanto, cada día se ven enfrentadas al abandono y el inminente peligro de desaparecer, porque no son consideradas como sistema agrario rentable.

Además, existen otros factores que influyen en la invisibilidad del trabajo femenino, como por ejemplo el trabajo de las mujeres en calidad de mano de obra familiar, o como ayuda, o como extensión del trabajo doméstico, o sea, no remunerado, y cuando lo hacen desde el trabajo temporal, no está sujeto a regulación social ni previsión social permanente.

Por otro lado, los obstáculos que enfrenta la mujer rural para obtener derechos sobre la tierra y la discriminación de que es objeto por razones ya anteriormente expuestas, le impide acceder en igualdad de condiciones a beneficios y créditos rurales, constituyendo un agravante más en la situación de pobreza y marginalidad a la que se está sometiendo al campesinado, llevando a mujeres y hombres del campo a vivir bajo permanente precariedad y por consiguiente amenazando con la soberanía alimentaria de los pueblos.

Para asegurar la permanencia de las familias campesinas en el campo y de los jóvenes de ambos sexos, evitando la migración a las ciudades, donde el trabajo les es mezquino y muy por el contrario les espera el desempleo que trae problemas como vagancia, drogadicción y delincuencia. Debemos mirar hacia el futuro y para ello proponemos que se deben conjugar varios criterios, entre los más importantes a mi modo de ver, están la necesidad de exigir la implementación de políticas públicas coherentes para toda la población rural, con empleos que aseguren un equilibrio y bienestar para los trabajadores/as y sus familias, con redistribución de los ingresos, etc. No excluyente, no discriminatorio, no sexista ni clasista, no basado en el gran capital, sino en la humanidad basado en las personas y en una mejor calidad de vida.

En el Año Internacional de la Mujer Rural, es urgente y necesaria la necesidad de salvaguardar la permanencia de una población rural dinámica activa, con una estrategia de valorización integral del espacio rural: tierra y territorios, trabajo agrícola, resguardando la soberanía alimentaria con una producción sana de alimentos, comercialización de productos bajo sistemas locales equitativos, ferias de comercio directo del agricultor al consumidor, cultura rural, educación, salud y servicios eficientes y no inferiores a los de las grandes ciudades y la vida urbana.






[1] el Género en la economía, Rosalba Todaro y Regina Rodríguez, CEM, 2001.

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