viernes, 1 de diciembre de 2017

La Economía Feminista, por Miriam Nobre*





*Miriam Nobre, de nacionalidad brasileña, es la Secretaria Internacional de la MMM.
** Artículo extraído del libro de Nalú Faria y Miriam Nobre (orgs.) 1999. O trabalho das Mulheres. Sempreviva Organizaçao Feminista. Sao Paulo.

Lo que llamamos economía dominante o corriente principal es la economía neoclásica, y es prácticamente el único paradigma que está siendo estudiado en los cursos de economía. Existen, además, algunos enfoques con sofisticaciones pero hasta hoy ellos parten del principio de que el individuo es el motor de la economía, así como sus preferencias y opciones son totalmente racionales y explicables por el deseo de maximizar su utilidad al mínimo costo. Las opciones racionales y egoístas de los individuos se complementan con comportamientos altruistas en la familia, lugar privilegiado de las mujeres.

Cuestionamiento de la teoría, metodología y práctica de la economía dominante

Las feministas afirman que este individuo, el “homo economicus”, de la economía dominante, no es una persona cualquiera, es un hombre blanco. Sus preferencias y la manera de actuar pueden explicar el comportamiento de un hombre blanco de 30 y pocos años, propietario de capital, pero no toda la humanidad.

Las feministas cuestionan el grado de la autonomía que otorga la tendencia económica dominante a la definición de las opciones, demostrando que existen relaciones de poder y conflicto, tanto en la sociedad como en la familia, haciendo que unos tengan más autonomía que otros.

Este individuo está, además, siendo pensado en forma aislada, como Robinson Crusoé en una isla perdida, que nunca fue niño ni será viejo porque no tiene relaciones de dependencia con nadie. Como las feministas señalan, este hombre es como un hongo que aparece listo y con sus preferencias definidas. Más allá de difundir el mito de la independencia, el supuesto de la autonomía oculta el trabajo de la reproducción, de la producción de la gente, que es realizado en su mayoría por las mujeres.

Según la economía dominante, los individuos hacen sus opciones, y éstas pueden ser proyectadas para explicar el funcionamiento de una sociedad por medio de modelos matemáticos de la correlación entre los factores. Por ejemplo, para saber si la cantidad de fertilizante que se le pone a una planta conduce o no a un aumento de la producción, una ecuación incorpora la cantidad variable de fertilizante y la cantidad variable de producción que demuestre la existencia o no de una correlación entre estos factores.

En lo referente a los modelos económicos, los/as economistas feministas hacen una serie de críticas. La primera es la prioridad del instrumento matemático, que tiene que ver con la propia constitución de la economía como ciencia. Para la economía dominante solo existe lo que se consigue comprobar con un modelo matemático. Las feministas combinan los modelos con otros instrumentos construidos por la antropología, la sociología, trabajando interdisciplinariamente.

Existe un mito de que las matemáticas garantizan un análisis imparcial. Por ejemplo, en el tema de la apertura comercial y la situación de las mujeres hay estudios que establecen correlaciones entre el índice del desarrollo por género y el índice de la apertura comercial. El primero está integrado por variables como la diferencia salarial entre hombres y mujeres, las diferencias en la escolaridad y la esperanza de vida. Si fue establecida una correlación positiva entre uno y otro, la interpretación directa es que cuanto mayor es la apertura comercial, mayor el nivel del desarrollo por género, mejor la situación de las mujeres.

La diferencia salarial entre mujeres y hombres es un indicador complejo. Esta diferencia puede disminuir porque cayó el salario medio de los hombres o porque aumentó la diferenciación entre las mujeres, con un sector de ellas que ganen más aumenta el promedio femenino del salario. Por lo tanto no es posible afirmar que la situación de todas las mujeres mejora como resultado directo de este índice.

Cuando un/a economista considera una correlación entre variables que pretenda representar realidades tan amplias, está tomando una decisión política. Si existe una política anterior bien escogida, no hay solo matemáticas involucradas en el análisis. Pero si un modelo económico es establecido, éste da legitimidad a una hipótesis, que se desdobla en argumentos y en políticas como la de los acuerdos de apertura comercial, por ejemplo el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas).

Las feministas consideran relaciones de poder y de conflictos en la sociedad y buscan comprenderlas a partir de otros instrumentos como lo son los modelos de la negociación. Un buen ejemplo del uso de los modelos de la negociación y de la interdisciplinariedad se encuentra en el artículo de la economista india Bina Agarwal, “Negociaciones y relaciones de género: dentro y fuera de la unidad doméstica”. En este artículo describe los modelos de toma de decisión para el proceso de la negociación basado en la teoría de los juegos, como un avance frente al modelo neoclásico de unidad doméstica. Sin embargo señala sus límites y busca darles respuesta al ocuparse del poder de negociación de las mujeres frente a las percepciones sobre el trabajo y las necesidades y de la confrontación entre la unidad doméstica, la comunidad, el mercado y el Estado.

El universo de análisis de la economía dominante se limita a cómo se mueve el comercio, el gobierno o el mercado donde circula dinero. La economía feminista extiende este universo considerando aquél que se da sin ser estrictamente monetario, como el universo doméstico.

Los valores que mueven al “homo economicus” derivan, según la economía neoclásica, de la escasez de recursos en la sociedad. En la competencia por estos recursos, cada agente busca ser lo más eficiente posible. Esta competición va organizando la sociedad del mercado por medio de una mano invisible. Para las economistas feministas existen otro valores regulando las relaciones económicas; por ejemplo, la reciprocidad. Una primera impresión que tenemos es que la reciprocidad tiene un valor positivo asociado al género femenino.

Pero no todas las economistas feministas trabajan con este punto de vista en la lectura de los valores. Bina Agarwal describe, en el texto citado más arriba, una comunidad de la India donde las madres invierten más en el hijo varón porque así garantizan su sustento en la vejez. El hijo varón también saca ventaja de los privilegios de esta relación. Para esta autora, la reciprocidad no es, por lo tanto, necesariamente un valor positivo o que no tenga implicada la cuestión racional o material.

Contraponiéndose a la idea de la mano invisible, la economista feminista Nancy Folbre, propone la del “corazón invisible” en una economía que considera el cuidado y las tareas de la reproducción. Mirando la economía en su totalidad se ven otros valores que hacen que las personas se muevan, tomen decisiones y no se reduce solamente a la competencia y la eficiencia.

La visibilidad de las mujeres como sujetos de análisis de género

Más allá de la crítica al paradigma dominante, el aporte de la economía feminista es hacer visible la contribución de las mujeres en la economía. Produce investigaciones que consideran el trabajo de una forma más amplia, incluyendo el mercado informal, el trabajo doméstico, la división sexual del trabajo en la familia, e integran la reproducción como fundamental para nuestra existencia, incorporando la salud, la educación y otros aspectos relacionados como temas legítimos de la economía.

Otra línea de aporte son las estadísticas que cuantifican el trabajo no remunerado de las mujeres en la familia y en la comunidad y las incluyen en las cuentas nacionales, en los cálculos del producto interno bruto y en los presupuestos.

En el Brasil hemos trabajado más en los análisis de las desigualdades de género en el mercado de trabajo y en indicativos para la formulación de políticas. Las preguntas frecuentes son: ¿cuál es el lugar de los hombres y de las mujeres en el mercado del trabajo?, ¿por qué las mujeres están concentradas en determinados espacios, generalmente los menos valorizados o los peor remunerados?, ¿cómo se explica la diferencia salarial entre hombres y mujeres?

Una hipótesis que responde a estas preguntas es la segregación ocupacional. La socióloga Cristina Bruschini considera que, como el universo de trabajo de las mujeres en determinadas ocupaciones es limitado, hay una gran demanda de las mujeres para una oferta pequeña de empleos en esos sectores, lo que hace caer los salarios. Pero la desigualdad no se debe solamente a esto, sino también al hecho de que las mujeres son las responsables del cuidado de los niños; por lo tanto ellas actúan con lo que la autora denomina “sabiduría de la conciliación”, haciendo que las mujeres “elijan” el trabajo informal o jornadas menores de manera de poder conciliar el trabajo con el cuidado de la casa y de los niños. Danièlle Kergoat considera el tema de la calificación. Las mujeres están bien preparadas para las funciones que ejecutan por medio de su socialización de género; sin embargo sus capacidades se naturalizan y son desconsideradas en la remuneración del trabajo.

El trabajo doméstico y las relaciones en el núcleo de la familia, la distribución de la renta entre los hombres y las mujeres, y también el análisis del acceso de las mujeres a la tierra y al crédito para el financiamiento de la producción son otros temas de interés de las economistas feministas. A partir del análisis del lugar que ocupan hombres y mujeres en la sociedad, del nivel de acceso que tienen a la renta, al trabajo y a los recursos, las feministas analizan las políticas económicas, en especial las de ajuste estructural y su impacto diferenciado en hombres y mujeres, y elaboran y proponen la política del fortalecimiento de las mujeres y de la reversión de las desigualdades de género.

Economía feminista y marxismo

La crítica feminista a la economía marxista se basa en la centralidad que tiene este enfoque en las relaciones de la producción capitalista, marginando el trabajo doméstico y las actividades de reproducción ya que, según Marx, no producen valor.
A diferencias de los economistas neoclásicos, que ubican el valor en la utilidad de la mercancía producida, para Marx, solamente el trabajo humano crea valor. Así como distingue el valor de uso de una mercancía de su valor de cambio -cuantificado en horas de trabajo humano en condiciones sociales e históricas dadas-, también distingue el trabajo productivo para la sociedad del trabajo productivo para el capitalismo. De esta forma Marx consideraba el trabajo doméstico no productivo (para el capital), en la medida en que éste no producía valor (de intercambio), aunque siga siendo productivo para la sociedad.

No obstante, la teoría y el método marxista son de gran utilidad a las feministas por su historicidad y por incorporar procesos no económicos como la política y la cultura, en el análisis de la realidad; aun más cuando los/as feministas se proponen mirar la realidad no solo desde el género, sino también desde la articulación entre la clase, el género y la raza. Un punto común entre el marxismo y la teoría económica feminista es el sentido de intervenir para cambiar la realidad. La teoría feminista tiene la intención de crear instrumentos para transformar a la sociedad y para luchar contra las desigualdades y el marxismo también tiene el objetivo de transformar la realidad a través de la acción colectiva y de considerar la importancia de una ciencia social con visión liberadora y transformadora con base en esa acción.

Bibliografía

AGARWAL, BINA. 1999. “Negociaciones y relaciones de género dentro y fuera de la unidad doméstica”. Historia Agraria, n.17, SEHA.
BRUSCHINI, CRISTINA. 1998. “Gênero e trabalho feminino no Brasil, novas conquistas ou persistência da discriminaçao? Brasil, 1985 a 1995. Campinas. Mimeo.
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FOLBRE, NANCY. 1994. Who pays for the kids? Londres. Routledge.
KERGOAT, DANIÉLLE. 2002. “A relaçao social de sexo: da reproduçao das relaçoes sociais a sua subversao”. Pro-posiçao, v.13, n. 1(37), Faculdade de Educaçao/Unicamp.
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