martes, 5 de septiembre de 2017

Militarización y Territorios en Conflicto



 Gabriela Curinao Ladino, Comisión Indígena, ANAMURI

Soy hija de padre y madre mapuche, migrantes en la década de los 60 a Santiago en busca de mejores condiciones de vida, ambos realizaron dos años de escuela rural y sólo saben leer, escribir, las cuatro operaciones básicas y firmar. Obviamente, con ese nivel de educación no han logrado grandes oportunidades laborales, pero a punta de mucho esfuerzo hoy tienen un buen vivir tranquilo. Siempre me hablaron de que la única forma de tener mejores oportunidades que ellos era estudiando.
La educación básica la realicé en un colegio católico, cuyo modelo según inclusión o exclusión de mujeres, correspondía al segregado, ya que las mujeres asistíamos en la jornada de la tarde y los hombres en la jornada de la mañana, para las mujeres había sólo hasta octavo básico y para los hombres hasta cuarto medio. Finalmente, en la década de los 90 los sacerdotes decidieron cerrar la matricula de kínder para niñas, las que fueron eliminadas cuando terminaron el proceso en octavo básico. Hoy es un Liceo emblemático de la comuna de Macul sólo para hombres, producto del sexismo, utilizado como mecanismo ideológico de exclusión social de las niñas, que obstaculizó su participación equitativa y permitió la discriminación, subvaloración y exclusión de ellas.
Hoy soy capaz de visualizar que también se utilizó hacia mí el racismo como mecanismo ideológico de exclusión social. Durante toda la educación básica y media, no se me reconoció como niña mapuche, con historia propia, cultura, características, forma de ver el mundo distintas a la mayoría.
Mi identidad mapuche no fue reforzada por mi familia de origen, sólo con el objetivo de protegerme de esa discriminación. Mi madre es hablante de mapudungun y no me lo enseñó, lo que hasta el día de hoy lamento. En todos los procesos de enseñanza aprendizaje no hubo un currículum, ni materiales educativos, ni dinámica escolar, ni ejemplos en la sala de clases para reconocer y potenciar mi identidad, mi idioma, mi religiosidad, ni mi ser de niña mapuche.
Se impuso el monolingüismo, el que no reconoce la diversidad idiomática de Chile y además en la sala de clases habitualmente primaban ejemplos androcentricos y racistas, que sobre generalizaban o sobre especificaban, o que eran insensibles a las diferencias de género y raza, con doble parámetro, y que fomentaban el deber ser de mujeres y hombres, insistiendo en el dicotomismo sexual.
Cursando esta educación básica, una compañera de curso me preguntó si era mapuche, yo respondí que no sabía, desde ahí recuerdo la discriminación como un hecho frecuente, en el barrio, el colegio, la universidad y el trabajo, la que cada cierto tiempo se vuelve a hacer presente y me recuerda que he sido racializada, silenciada y reinventada como mujer.
Hoy puedo entender esta realidad como un problema relacionado con el género y la etnicidad, tan vigente hoy como a lo largo de toda nuestra historia, desarrollar este proceso de comprensión implicó un recorrido largo, que muchas mujeres mapuche han tenido que realizar, pero que muchas más ni siquiera han iniciado.
Recuerdo la primera etapa de este recorrido como el de mapuchización, se inicia de joven con el llamado interno que yo reconocía como mi origen, el que me llevó a iniciar un proceso de búsqueda, de reconocimiento y de crecimiento del orgullo de pertenecer al pueblo mapuche, esto implicó recuperar aspectos de la cultura no enseñados para evitar dicha discriminación, preguntar por el significado de mi apellido, estudiar mapudungun, colocarme mis primeros aros mapuche, elaborar mi vestimenta, ponerle nombre mapuche a mis hijos, formar vida familiar y comunitaria mapuche.
La segunda etapa, también se inicia con un llamado interno, que surge de la rabia e indignación que vi en mi abuela, que he visto en mi madre y que he sentido en mí, producto de la violencia y la opresión a que hemos sido sometidas las mujeres mapuche desde el ámbito familiar, ese entronque patriarcal que en nuestra cultura es evidente. Esto implicó romper con aspectos de la cultura ante los cuales el impulso natural fue revelarme, estudiar, buscar autonomía, investigar sobre la lucha de las mujeres indígenas, comprender el verdadero significado de feminismo, formar vida organizacional y política con otras mujeres como yo.
Es en esta etapa en que me encuentro a Mafalda, quien me invita a formar parte de la constitución de ANAMURI el año 98. Hoy integro la Comisión Indígena de la organización, observo que las mujeres han encontrado un espacio de encuentro consigo mismas y de acogida con otras mujeres, por lo tanto un espacio de resistencia femenina, ya que estas tienen una visión integral del ser humano, desarrollando relaciones interpersonales horizontales y afectivas.
En nuestra última Asamblea Indígena, realizada en el mes de julio de 2016 en Tierra Amarilla y en la que participaron mujeres Aymara, Quechua, Atacameña, Colla, Diaguita y Mapuche, recordamos los inicios de ANAMUR y el proceso que hicimos las mujeres indígenas por el reconocimiento de nuestra especificidad dentro de la organización, lo que se refleja en el cambio de nombre a ANAMURI y en un gran desafío político, social y cultural para una organización que representa a las mujeres de los diversos pueblos originarios que la componen.
Evaluamos el contexto nacional e internacional que nos rige. La economía de libre mercado imperante sin duda ha calado hondo en nuestros territorios, hoy en día seguimos bajo la subyugación de este modelo capitalista y neocolonialista, mediante la privatización de los medios de producción y los recursos naturales.
El capitalismo se ha instalado a sangre y fuego en nuestras comunidades e incide en nuestras relaciones sociales, políticas, económicas y culturales. El saqueo permanente a la madre tierra por parte de la industria del capital, la sistemática violencia y vulneración de nuestros derechos humanos por sobre los intereses del imperialismo es para nosotras intolerable.
Como mujeres indígenas hemos visto con impotencia la migración forzada de los territorios, consecuencia del capitalismo en su etapa superior de extractivismo. Las agroindustrias, mineras y forestales, que con la venia del Estado como garante, se han transformado en los mayores saqueadores de nuestros recursos naturales favoreciendo intereses de las elites dominantes y en desmedro de nuestras comunidades.
También pudimos dialogar respecto de nuestra cosmovisión, sabemos que desde los inicios de la colonización española hasta hoy, se ha desarrollado un proceso sistemático de avasallamiento e intento de exterminio de cada uno de nuestros pueblos originarios, los que aún siguen en resistencia. Nosotras hemos acumulado además de tristezas, un profundo anhelo de sobrevivir, de revitalizar nuestros conocimientos, prácticas culturales y religiosas. Estas representan nuestra cosmovisión, el conocimiento de nuestras formas de sentir y ver el mundo, en equilibrio con la madre tierra que siempre nos ha otorgado todo lo necesario para vivir.
También hablamos de feminismo, estamos aprendiendo, estamos desmitificando, es un proceso valido, que se desarrolla en forma individual y que también daremos en forma colectiva, en base al respeto y a nuestra diversidad. Muchas de nuestras hermanas escucharon por primera vez el concepto de feminismo campesino y popular al cual adscribe ANAMURI, desde la IV Asamblea de Mujeres, desarrollada en el marco del V Congreso de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo-CLOC, de octubre del 2010 en Quito, Ecuador.
Para nosotras, esta etapa constituye un momento histórico en relación al tipo de sociedad que necesitamos construir. Recordando a nuestras ancestras, las mujeres indígenas hemos tenido una importante participación en las demandas por el derecho a la autodeterminación y al reconocimiento constitucional, de tierra y territorio.

Respecto al enfoque de la construcción social de género, como mujer mapuche me interesa destacar su aporte teórico sobre cómo visualizar el desarrollo de este  capitalismo y de la colonización asociada. Hoy es evidente que la situación de la mujer mapuche en particular, que se ha caracterizado por el patriarcado colonial, la discriminación racial, la marginación económica y la exclusión social, encuentra su origen en un modelo económico capitalista que se instauró desde la colonización española y que sigue vigente hasta hoy en el territorio mapuche.
En este proceso de colonización, las mujeres de esta parte del mundo fueron discriminadas por su raza y reinventadas como mujeres de acuerdo a principios de género occidentales. Por lo demás, sin la explotación indígena iniciada en esta etapa de la historia hoy no habría capitalismo en nuestros territorios.
La realidad de nuestro pueblo hoy se caracteriza por la militarización que va desde la instalación de fuerzas especiales de carabineros hasta la existencia de sicarios decididos a matar.
Todo intento de ejercicio legítimo de derechos se cubre con criminalización perseguimiento, detenciones, secuestro, tortura, prisión política, allanamientos, disparos y muerte, los que se han convertido en una constante.
En relación a las mujeres mapuche, se observa una política institucionalizada dirigida, ellas viven en un constante estado de temor pensando en que sus esposos, hermanos, padres, e hijos no regresen cuando salen a realizar sus labores diarias del campo.
Creo importante mencionar por ejemplo que durante la Campaña del Desierto en Argentina, las y los machi fueron exterminados. En Chile durante la Pacificación de la Araucanía, ellas/os sobrevivieron, y aunque representan una autoridad religiosa para nuestro pueblo, en este momento la Machi Francisca Linconao se encuentra encarcelada desde hace más de un año, caso que sigue en etapa de investigación, acusada por un testigo que declara bajo tortura y que posteriormente se retracta de lo dicho, hoy la machi muestra un evidente deterioro de su salud física y espiritual.
Por otra parte, durante el mes de octubre del 2016, la comunera mapuche Lorenza Cayuhan debió parir engrillada y vigilada por parte de gendarmería, hecho que me parece una violación a los derechos humanos de ella y de su hija Sayen, quien con días de vida se encuentra en cautiverio, además de ser un acto de violencia de género y de violencia obstétrica.
La hermana Macarena Valdés, madre de cuatro hijos, esposa de werquen, fue asesinada delante de su hijo de un año y medio por sicarios, quienes al servicio de la empresa RP Global pretenden hacer pasar el hecho como un suicidio.
Todo lo anterior evidencia el no respeto por parte del Estado chileno a la CEDAW, a la Convención de Belem do Pará, al convenio 169 de la OIT, y a la Convención Americana de Derechos Humanos.
Con todo lo anterior, he querido visualizar los distintos tipos de violencia a los que somos sometidas las mujeres mapuche tanto en el campo como en la ciudad, pero por otra parte, las diversas formas de resistencia que hemos tenido que implementar en pos de la autonomía y de la autodeterminación individual y como pueblo.
Es evidente que tener una perspectiva de género en la educación es imprescindible para lograr igualdad de oportunidades entre niñas y niños y por consecuencia entre mujeres y hombres, pero aún más evidente es que esta perspectiva de género no puede dejar de considerar otras variables tan importantes como la edad, clase social, territorialidad y en este caso el origen y la etnicidad. Si la pertinencia cultural no se incorpora en el currículum integrador de género, la escuela seguirá siendo la principal institución colonialista del país, que sigue sin reconocer la riqueza cultural y sin respetar los derechos y el saber de los pueblos originarios.
Por lo tanto, es toda la sociedad chilena responsable de que las niñas y niños indígenas no se desarrollen íntegramente y en base a derechos, y que cada vez sean más las mujeres y hombres mapuche que no hablamos el mapudungun, con el consecuente peligro de que a futuro pueda desaparecer en conjunto con la cultura.
Desde esta experiencia personal puedo concluir que la discriminación y la negación de sí misma es parte de la historia de vida de toda mujer mapuche que constituye diáspora, pero también lo es el llamado interno por volver a ser mujer de la tierra y por revelarse al patriarcado que la oprime, no todas dan el paso hacia el necesario proceso de lucha y de construcción de propuestas políticas que promuevan derechos colectivos, por lo que se hace necesario desde nuestras instancias de participación visualizar este momento clave de discernimiento y potenciar procesos organizacionales que ofrezcan el encuentro con otras hermanas, en los que se vuelva a escuchar a las ancestras, a vivir en comunidad, en armonía con la naturaleza, a identificarse con la madre tierra, el buen vivir, esto permitirá superar dicha etapa y convertirse en una mujer autónoma gestora de su propio destino, confiada en su cultura, valores y saberes y que nunca más volverá a responder que no sabe que es mujer mapuche.
La autonomía se entiende como un proceso que se relaciona con la capacidad de tomar decisiones, de controlar y modificar las relaciones de poder, implica reconocer los propios valores y asumirse como sujetas de derecho, construir la propia identidad y alcanzar la autonomía externa en su expresión económica y política, y la autonomía interna, con su expresión física y sociocultural. El empoderamiento se entiende como el proceso por el cual las mujeres asumen el control de sus propias vidas, priorizando sus necesidades, desarrollando confianza en sí mismas, alcanzando poder político, social y psicológico. 
Es posible a través de estrategias de corto plazo, avanzar desde las necesidades prácticas como salud, educación, vivienda, trabajo y alimentación, a estrategias de largo plazo, que tiendan a transformar las relaciones de género hacia la equidad, estas requieren cambios estructurales que involucran a la sociedad, según este enfoque de empoderamiento estos se alcanzan cuando se incrementan los niveles de organización y conciencia.
La violencia en contra de las mujeres es transversal en las sociedades patriarcales, pero cuando además de ser mujer, eres indígena y pobre, el conflicto y la represión se agudizan. Y a pesar de ello, las mujeres indígenas siguen haciéndose cargo de la reproducción de la vida.
Somos valientes, luchadoras, sea cual sea el lugar de nuestro territorio en que nos encontremos, tenemos vivencias similares, aprendemos a reconocernos, a dialogar amorosamente, a querernos, porque para las mujeres mapuche sentir es un acto de resistencia, somos energía vital para nuestro pueblo.
Pero parafraseando a Lorena Cabnal, feminista maya, no podemos defender el territorio tierra sin defender el territorio cuerpo, sólo esa reflexión mayor nos  permitirá a las mujeres indígenas tejer los hilos de nuestra propia historia.
                                                                       Chaltu mai, marichiweu, jallalla, jallalla.

Diseño original por emerge y Sadaf F K.
Sitio Web por ZOEK