Doris
Quiñimil Vásquez
Cada 25
de noviembre conmemoramos en todo el mundo el Día Internacional de la
Eliminación de la Violencia contra la Mujer, rindiendo un homenaje a las
hermanas Mirabal, cuyo asesinato es ícono de la violencia extrema de género,
que hoy apellidaríamos interseccional y feminicida.
Interseccional
porque es un hecho que Minerva, María Teresa y Patricia, así como tantas Otras hermanas del Abya Yala, vivieron y viven experiencias de
dominación múltiple que
desafían la comprensión monista de entender las formas de dominio, ya sea sólo
desde el patriarcado, el colonialismo o el capitalismo.
Feminicida porque
desde la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer de
las Naciones Unidas del 93 y desde la Convención Interamericana para Prevenir,
Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, o Belém do Pará,
de la Organización de los Estados Americanos del
94, los Estados Nación supuestamente
comprometidos con los Derechos Humanos buscan eliminar actos de violencia
contra las mujeres que pueden ocurrir en la familia o en cualquier otra
relación interpersonal, en la comunidad y también aquellos perpetrados y/o
tolerados por el Estado o sus agentes. Esta distinción permite
visibilizar y denunciar el Feminicidio, que tal como lo conceptualiza Marcela
Lagarde (2005), si bien se centra en los asesinatos de mujeres por razones de
género, enrostra la impunidad, indolencia y complicidad de los Estados Nación,
que rinden pleitesía a su amo y señor, el Capital.
Sin embargo, la violencia extrema de género, interseccional y
feminicida, muta en sus intenciones y manifestaciones cuando se perpetra contra
mujeres indígenas, al no estar basada solamente en el género sino principalmente en el territorio, pues
desde el Genocidio Colonial del Abya Yala de 1492, los pueblos y las mujeres indígenas hemos
luchado y resistido contra la usurpación y el desplazamiento territorial, la
colonización y la esclavitud, el militarismo, el racismo, la exclusión y
criminalización, la asimilación y migración forzada, el empobrecimiento sostenible y los asesinatos de la Madre
Tierra y de los cuerpos indígenas, realizados “en nombre del progreso, la civilización y el desarrollo”. Esta aniquilación o exterminio
parcial o total, sistemático y deliberado de los Pueblos Indígenas por
intereses imperialistas y económicos, o colonialismo sustentado ayer en
capitalismo y hoy devenido en
neoliberalismo en la escala mundial (o capitalismo gore en palabras de Sayak
Valencia en la escala g-local), se ha
centrado en la usurpación y depredación de los territorios indígenas.
Dicho
Genocidio Colonial se ha intensificado por el neoliberalismo, y se basa en políticas del despojo y
colonización de todos nuestros territorios; entendiendo el territorio como constituyente del ser indígena y como
“ese lugar por donde la vida transita, por donde somos y dejamos de ser”
(Aguirre y Santacruz, 2008). Así, la usurpación, la invasión, la expropiación,
la explotación, la privatización y mercantilización de la Madre Tierra,
incluyendo las aguas, bosques, minerales, semillas, plantas
medicinales y el cuerpo femenino/feminizado de los pueblos y mujeres indígenas
y sus subjetividades, memorias, conocimientos y lenguas, pone en jaque la existencia
de los Pueblos Indígenas, reeditándose hoy el Genocidio Colonial en
Feminicidios.
Así, el listado de Feminicidios
Consumados como el de la hermana lenca Berta Cáceres Flores asesinada el 03 de
marzo de 2016, de las hermanas mayas víctimas del genocidio en Guatemala, de
las hermanas pilagá víctimas del genocidio silenciado
en Argentina, de las 1.017 mujeres y
niñas indígenas desaparecidas o asesinadas (registradas) en el Canadá entre
1980 y 2012, de la lamngen Macarena
Valdés Muñoz asesinada el 22 de agosto de 2016; y el de Feminicidios
Frustrados como el de la machi Francisca Linconao Huircapan y de tantas
Otras lamngen acusadas de
“terroristas”, lamentablemente no sólo en $hile, es sólo la punta del iceberg
de innumerables mujeres indígenas asesinadas, detenidas o desaparecidas en este
escenario tétrico de despojo, explotación, violación, sometimiento y
militarización de la tierra y su contraparte de criminalización de las demandas
de autodeterminación, recuperación y defensa territorial.
Al respecto,
el 25N de 2016, y bajo la consigna #NiUnaMenos,
múltiples sectores denunciaron la violencia heterowingkapatriarcal[1] que
afecta a hermanas del pueblo nación Mapuche, reconociendo “al capital y al
patriarcado como enemigos de nuestra existencia y [haciendo] un llamado a
organizarse para poner fin a la violencia machista en todos los ámbitos de la
vida. ¡Que el capitalismo y el patriarcado caigan juntos!” (Comunicado Comunidades militantes
multisectoriales frente a la situación de violencia patriarcal a mujeres del
Pueblo Mapuche, 25 noviembre de 2006).
Y para que el nunca más del 12O y del 25N sigan sororizando... Y para que vivan las Mariposas, las Bertas Cáceres,
las hermanas Quintreman, las Macarenas Valdés, las Machi Francisca, María
Claudina, Millaray, las Lorenzas Cayuhan y las Sayén, ¡para que vivan! ¡porque
vivas nos queremos!
[1] Propongo la
categoría champurria de violencia heterowingkapatriarcal, usando la
palabra mapuche wingka con su anclaje
“al winkün o acto de vejamen,
usurpación, violación o desgarro” (Nahuelpan, 2012), para denunciar los
procesos de despojo y violencias coloniales y patriarcales, y de “rape/violación” fundacional de esta Historia
occidental hegemónica, escrita de la mano de la sicaria y siniestra hidra
colonial, capitalista, neoliberal, racista y heteropatriarcal “que demanda
territorios, recursos y conocimientos indígenas, combinando estrategias de
seguridad, criminalización y militarización” (Nahuelpan, 2012). Asimismo, y
siguiendo a otras lamngen feministas
como Verónica Huilipán y Relmu Ñanku, quienes consideran estratégico a la lucha
descolonizadora de los pueblos y de los cuerpos, plantear el actual
heteropatriarcado indígena en general y mapuche en particular un producto
colonial; me ha llevado a proponer el neologismo heterowingkapatriarcal como categoría descolonizadora, al
visibilizar, reforzar e integrar a la lucha indígena y mapuche contra lo
ideológicamente wingka y colonial (es
decir, los sistemas de opresión neoliberales y neocoloniales impuestos por Occidónde, como los estados, iglesias,
transnacionales y la biomedicina), la lucha contra los heteropatriarcados $hileno
y mapuche, pues no “es posible fraguar la resistencia real ante el sistema
económico en el que vivimos, que basa su poder en la violencia exacerbada, sin
cuestionar la masculinidad” (Valencia, 2010); pasando de reivindicación
entendida sólo como feminista a una reivindicación y estrategia necesariamente
de descolonización y recuperación de todos nuestros territorios.