domingo, 2 de julio de 2017

Una mirada desde la diversidad femenina a la uniformidad extractivista



Tania Muñoz, OCMAL[1]
Verónica González, OLCA[2]
Stefanía Vega, OLCA


La realidad extractivista de los países latinoamericanos, dueños de una larga herencia cargada de colonialismos y patriarcados, cuyos personajes revestidos se instalan una y otra vez en los ciclos de nuestra historia, nos insta a reflexionar sobre el quehacer de nuestros pueblos y específicamente de nosotras las mujeres, respecto a esta realidad impuesta y sus alcances en los diversos planos de la vida humana, animal y vegetal.

En la actualidad, experimentamos a gran escala la extracción de nuestros bienes comunes, tanto por la intensidad como por los volúmenes. Contexto en el que se ha vuelto común la instalación de múltiples empresas multinacionales en busca de todo tipo de recursos, principalmente no renovables, como minerales e hidrocarburos. Por su parte, los gobiernos en su afán de seguir siendo proveedores de materias primas, adoptan discursos que favorecen esta lógica extractivista, como aquel que señala los beneficios de constituirse en “potencia alimentaria”, que en términos palpables se traduce simplemente en grandes extensiones plantadas con una misma especie, limitando la natural diversidad e instalando la uniformidad de los monocultivos, que tanto daño provocan a nuestra madre tierra, cuya desertificación y deforestación de los suelos, aumenta en magnitudes nunca antes vistas. 

En un escenario donde América Latina ha ocupado un papel importante en la producción mundial de ciertos minerales[3], se hace difícil que tanto gobiernos neoliberales como progresistas, insten a reflexionar sobre salidas al extractivismo depredador en el que nos encontramos. La minería es un  rubro altamente contaminante, que genera, entre otras afectaciones, la destrucción y contaminación de cuencas y napas subterráneas. La contaminación y falta de agua traen aparejado en muchas ocasiones, el posterior abandono de las tierras por parte de familias campesinas o semi asalariadas, donde muchas mujeres se ven profundamente afectadas: “Nosotras queremos hacer conocer como es vivir con contaminación, las mujeres nos ocupamos de la alimentación, y esto produce inseguridad alimentaria no sólo para el campo sino también para la economía de todos porque los productos llegan a la ciudad, cuando el agua falta o está contaminada nos genera violencia porque daña nuestro patrimonio, nuestra tierra y territorio, nuestra economía nos está quitando el trabajo en el campo, nuestra salud y la de nuestras familias, nos expulsa de nuestras comunidades y afecta el derecho más importante que es la Vida”, Margarita Aquino, Coordinadora de la Red de Mujeres en Defensa de la Madre Tierra.

Extractivismo en clave feminista

En este contexto, sin duda las mujeres nos vemos afectadas de manera distinta por este aparataje usurpador de la tierra y el agua, así como de nuestros cuerpos, tradiciones, intuiciones y saberes.

La instalación de una empresa extractiva en nuestro territorio, transforma violentamente múltiples ámbitos de nuestras vidas. El trabajo y nuestra calidad de vida se ven modificados, tanto por la llegada de afuerinos y con ello de prácticas asociadas a la prostitución, alcoholismo y violencia en general, como por el rol que nosotras tenemos que cumplir con trabajos asalariados de baja calidad y altamente contaminantes en nuestro territorio. La soberanía alimentaria también se pone en riesgo, tanto por la desconfianza en la calidad del agua, como por la sobreexplotación de este bien, con lo que vemos aumentada nuestra carga de trabajo doméstico, ya que cada vez requerimos ir más lejos por el vital elemento, y en algunos casos pagar porque nos lo traigan. Sin lugar a dudas, la contaminación de las aguas afecta nuestra salud más que a los hombres, a nuestros cuerpos les cuesta más eliminar las toxinas contaminantes,  sin profundizar en el pánico que nos provoca la posibilidad de la contaminación de nuestras familias, nuestra economía y modos de vida[4].

Vemos con temor como los Estados han militarizado o permitido aparatajes de seguridad privados y sin regulación, en muchos de los territorios que están en resistencia contra el modelo económico y su lógica extractivista irracional. Un brutal ejemplo, fueron las violaciones cometidas por parte de los guardias de seguridad de la minera Barrick Gold durante los años 2008, 2009 y 2013, a 120 mujeres lugareñas en Papua, Nueva Guinea. En América Latina en tanto, han asesinado a varias defensoras de sus territorios y culturas, a manos de los oscuros poderes transnacionales, coludidos a su vez con cada uno de los Estados que nada o poco han hecho al respecto. La salvadoreña Dora Alicia Recinos Sorto, asesinada en su octavo mes de gestación, es un indignante ejemplo de la desidia que existe frente a la opresión de las comunidades que defienden la vida y el derecho a la autodeterminación. 

Por todo esto, es que el último tiempo, somos nosotras las que hemos sacado la voz para decir ¡BASTA! Desde siempre hemos estado presentes en la defensa de nuestro territorio, pero ahora es nuestra propia voz la que habla y desde nuestra propia forma de decir. Como señala la socióloga e investigadora argentina Maristella Svampa, “la presencia de las mujeres en las luchas socio-ambientales ha impulsado un nuevo lenguaje de valoración de los territorios basado en la economía del cuidado. Detrás de esas luchas, por lo tanto, emerge un nuevo paradigma, una nueva lógica, una nueva racionalidad”.  Creemos que es necesario, por lo tanto, avanzar precisamente en la discusión y revisión de cómo se han venido dando estos procesos, poniendo atención en cuáles son nuestros roles como mujeres en nuestras organizaciones, cómo articulamos nuestros discursos críticos y cuáles son las dinámicas que propiciamos.

Debido a la constante represión que ejercen los gobiernos extractivistas Latinoamericanos, contra nosotras, nosotros y los bienes comunes, extendemos la invitación a reconocernos en nuestras similitudes y diferencias como latinoamericanas, portadoras de culturas diversas pero con una larga historia en común, poseedoras también de secretos de antaño que nos permitan volver a buscar la hebra perdida en el tiempo, aquel en el que nada se perdía de vista, puesto que éramos parte de un todo, es decir, mujeres que a partir de una cosmovisión aprehendida y traspasada durante siglos, logramos salir del extractivismo voraz que nos afecta como pueblos.


[1] Observatorio de Conflictos Mineros de América Latina. www.conflictosmineros.net
[2] Observatorio Latinoamericano de Conflictos Ambientales. www.olca.cl
[3] Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe – CEPAL, entre 1990 y 2010 la región latinoamericana casi duplicó su participación en la producción mundial de oro, molibdeno en mina (no procesado) y cobre en mina (no procesado).
[4] Para más información: http://www.redlatinoamericanademujeres.org/search?q=arana+

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