Tania Muñoz, OCMAL[1]
Verónica González, OLCA[2]
Stefanía Vega, OLCA
La realidad extractivista de los
países latinoamericanos, dueños de una larga herencia cargada de colonialismos
y patriarcados, cuyos personajes revestidos se instalan una y otra vez en los
ciclos de nuestra historia, nos insta a reflexionar sobre el quehacer de
nuestros pueblos y específicamente de nosotras las mujeres, respecto a esta
realidad impuesta y sus alcances en los diversos planos de la vida humana, animal
y vegetal.
En la actualidad, experimentamos
a gran escala la extracción de nuestros bienes comunes, tanto por la intensidad
como por los volúmenes. Contexto en el que se ha vuelto común la instalación de
múltiples empresas multinacionales en busca de todo tipo de recursos,
principalmente no renovables, como minerales e hidrocarburos. Por su parte, los
gobiernos en su afán de seguir siendo proveedores de materias primas, adoptan
discursos que favorecen esta lógica extractivista, como aquel que señala los
beneficios de constituirse en “potencia alimentaria”, que en términos palpables
se traduce simplemente en grandes extensiones plantadas con una misma especie,
limitando la natural diversidad e instalando la uniformidad de los
monocultivos, que tanto daño provocan a nuestra madre tierra, cuya
desertificación y deforestación de los suelos, aumenta en magnitudes nunca
antes vistas.
En un escenario donde América
Latina ha ocupado un papel importante en la producción mundial de ciertos
minerales[3],
se hace difícil que tanto gobiernos neoliberales como progresistas, insten a
reflexionar sobre salidas al extractivismo depredador en el que nos
encontramos. La minería es un rubro altamente
contaminante, que genera, entre otras afectaciones, la destrucción y contaminación
de cuencas y napas subterráneas. La contaminación y falta de agua traen
aparejado en muchas ocasiones, el posterior abandono de las tierras por parte
de familias campesinas o semi asalariadas, donde muchas mujeres se ven
profundamente afectadas: “Nosotras
queremos hacer conocer como es vivir con contaminación, las mujeres nos
ocupamos de la alimentación, y esto produce inseguridad alimentaria no sólo
para el campo sino también para la economía de todos porque los productos
llegan a la ciudad, cuando el agua falta o está contaminada nos genera
violencia porque daña nuestro patrimonio, nuestra tierra y territorio, nuestra
economía nos está quitando el trabajo en el campo, nuestra salud y la de nuestras
familias, nos expulsa de nuestras comunidades y afecta el derecho más
importante que es la Vida”, Margarita Aquino, Coordinadora de la Red de
Mujeres en Defensa de la Madre Tierra.
Extractivismo en clave feminista
En este contexto, sin duda las
mujeres nos vemos afectadas de manera distinta por este aparataje usurpador de
la tierra y el agua, así como de nuestros cuerpos, tradiciones, intuiciones y
saberes.
La instalación de una empresa
extractiva en nuestro territorio, transforma violentamente múltiples ámbitos de
nuestras vidas. El trabajo y nuestra calidad de vida se ven modificados, tanto
por la llegada de afuerinos y con ello de prácticas asociadas a la
prostitución, alcoholismo y violencia en general, como por el rol que nosotras
tenemos que cumplir con trabajos asalariados de baja calidad y altamente
contaminantes en nuestro territorio. La soberanía alimentaria también se pone
en riesgo, tanto por la desconfianza en la calidad del agua, como por la
sobreexplotación de este bien, con lo que vemos aumentada nuestra carga de
trabajo doméstico, ya que cada vez requerimos ir más lejos por el vital
elemento, y en algunos casos pagar porque nos lo traigan. Sin lugar a dudas, la
contaminación de las aguas afecta nuestra salud más que a los hombres, a nuestros
cuerpos les cuesta más eliminar las toxinas contaminantes, sin profundizar en el pánico que nos provoca
la posibilidad de la contaminación de nuestras familias, nuestra economía y
modos de vida[4].
Vemos con temor como los Estados
han militarizado o permitido aparatajes de seguridad privados y sin regulación,
en muchos de los territorios que están en resistencia contra el modelo
económico y su lógica extractivista irracional. Un brutal ejemplo, fueron las
violaciones cometidas por parte de los guardias de seguridad de la minera
Barrick Gold durante los años 2008, 2009 y 2013, a 120 mujeres lugareñas en
Papua, Nueva Guinea. En América Latina en tanto, han asesinado a varias defensoras
de sus territorios y culturas, a manos de los oscuros poderes transnacionales,
coludidos a su vez con cada uno de los Estados que nada o poco han hecho al
respecto. La salvadoreña Dora Alicia Recinos Sorto, asesinada en su octavo mes
de gestación, es un indignante ejemplo de la desidia que existe frente a la opresión
de las comunidades que defienden la vida y el derecho a la
autodeterminación.
Por todo esto, es que el último
tiempo, somos nosotras las que hemos sacado la voz para decir ¡BASTA! Desde
siempre hemos estado presentes en la defensa de nuestro territorio, pero ahora
es nuestra propia voz la que habla y desde nuestra propia forma de decir. Como
señala la socióloga e investigadora argentina Maristella Svampa, “la presencia de las mujeres en las luchas
socio-ambientales ha impulsado un nuevo lenguaje de valoración de los
territorios basado en la economía del cuidado. Detrás de esas luchas, por lo
tanto, emerge un nuevo paradigma, una nueva lógica, una nueva racionalidad”. Creemos que es necesario, por lo tanto,
avanzar precisamente en la discusión y revisión de cómo se han venido dando estos
procesos, poniendo atención en cuáles son nuestros roles como mujeres en
nuestras organizaciones, cómo articulamos nuestros discursos críticos y cuáles
son las dinámicas que propiciamos.
Debido a la constante represión
que ejercen los gobiernos extractivistas Latinoamericanos, contra nosotras,
nosotros y los bienes comunes, extendemos la invitación a reconocernos en
nuestras similitudes y diferencias como latinoamericanas, portadoras de
culturas diversas pero con una larga historia en común, poseedoras también de
secretos de antaño que nos permitan volver a buscar la hebra perdida en el
tiempo, aquel en el que nada se perdía de vista, puesto que éramos parte de un
todo, es decir, mujeres que a partir de una cosmovisión aprehendida y traspasada
durante siglos, logramos salir del extractivismo voraz que nos afecta como
pueblos.
[1] Observatorio de Conflictos Mineros de
América Latina. www.conflictosmineros.net
[2] Observatorio Latinoamericano de
Conflictos Ambientales. www.olca.cl
[3] Según datos de
la Comisión Económica para América Latina y el Caribe – CEPAL, entre 1990 y
2010 la región latinoamericana casi duplicó su participación en la producción
mundial de oro, molibdeno en mina (no procesado) y cobre en mina (no procesado).
[4] Para más
información: http://www.redlatinoamericanademujeres.org/search?q=arana+