Daniela G. Toledo Vásquez. Colectiva Cuerpa
Autónoma. Bolivia
“cuando el
proceso de acompañar e informar se transforma en un acto político consciente,
estamos pensando en la posibilidad de que cada acompañamiento sea un paso más
en el desarme de la casa patriarcal en la que hemos estado viviendo”.
Estamos
en un contexto en que en general se estigmatiza el poder de decisión de una
mujer sobre sus propios asuntos, sobre sus relaciones, su vida, su carrera y
todo esto está relacionado a su cuerpa.
Es
peligrosa la idea de una mujer soberana sobre su cuerpa, consciente de que es
posible decidir, porque esa mujer es mucho más difícil de dominar y por tanto
ya no es útil a las estructuras patriarcales que sostienen el mundo.
Todo
esto viene muy entremezclado con una lógica capitalista brutal en la que el cuerpo
de las mujeres es tomado como productor de mano de obra barata y de humanxs
obedientes; es el cuerpo de la mujer el que produce más mujeres que tengan
sobre sus hombros las tareas cotidianas que pasan inadvertidas y sobre nosotras
que se carga el bienestar de los demás. En este sentido, el cuerpo de la mujer
es totalmente equiparable a una máquina, que debe moldearse y explotarse.
No
es casual que estemos intoxicadas con las migajas gubernamentales, que hayamos
creído que la solución viene de alguien más, de algún otro lugar que no somos
nosotras mismas. Se nos ha criado para pensar así y esperar, incesantemente,
que las condiciones para nosotras mejoren y a necesitar siempre el permiso de
alguien para ejercer y decidir sobre nuestras vidas.
Durante
toda la historia de la humanidad, se nos ha tratado como hijas eternas, que
pasan de la casa del padre a la casa del marido, que necesitan autorización
para una ligadura de trompas o una histerectomía. Incluso ahora que en el
contexto chileno se espera la aprobación de las 3 causales para abortar, que es
sólo una vuelta a la legislación no dictatorial, no todas se dan cuenta que esto
no es otra cosa que un supuesto permiso para hacer lo que seguimos haciendo a
diario, sin la venia de nadie, pero con mujeres y gente que amamos, cuando
tenemos la suerte de no abortar solas en clandestinidad.
El Estado no es aliado,
es opresor
En
Bolivia, el aborto por 3 causales ha existido desde hace varios años. Las 3
causales son las que parecen más comunes para abortar en el mundo:
“Cuando el aborto hubiere sido consecuencia de un delito de
violación, rapto no seguido de matrimonio, estupro o incesto, no se aplicará
sanción alguna, siempre que la acción penal hubiere sido iniciada.
Tampoco será
punible si el aborto hubiere sido practicado con el fin de evitar un peligro
para la vida o la salud de la madre y si este peligro no podía ser evitado por
otros medios.
En ambos casos,
el aborto deberá ser practicado por un médico, con el consentimiento de la
mujer y autorización judicial en su caso” (Código Penal Boliviano, artículo 266).
Es
decir, que somos meras incubadoras. Que el daño que se ejerce sobre nosotras
con una violación o un rapto, se “subsana” con el matrimonio, que el incesto y
el estupro pueden ser motivos para abortar, siempre y cuando se haya iniciado
un tortuoso proceso penal que nos revictimiza y en el que casi nunca salimos
ganando.
Y
siempre, en manos de un médico, institucionalizando un momento decisivo en
nuestras vidas, alejadas del cuidado de quienes nos quieren y alejadas de
nosotras mismas por el nivel de estrés que suele implicar la decisión.
Cuando
este año, 2017, se ha propuesto cambiar la legislación para tener más causales
de aborto impune, se agregan nuevos motivos: pobreza extrema, ser menor de
edad, tener más de 3 hijos y ser estudiante.
A
simple vista, todas estas causales pueden parecer un avance en las libertades,
sin embargo, hay que leer más allá y entonces darse cuenta que otra vez hay
algo/alguien que juzga si somos pobres o no, que podemos elegir no ser madres momentáneamente porque en cuanto ya no
seamos menores de edad y no estudiemos, la maternidad es obligatoria y que un
número de 3 hijos es algo que las mujeres debemos aguantar estoicamente, casi
“naturalmente”.
En
estos contextos y en concreto, los supuestos avances legales que “protegen la
vida” han resultado inútiles. Las cifras oficiales de mortalidad materna por aborto
inseguro bordean las 450 mujeres muertas al año, todas relacionadas con abortos
de mujeres pobres. Los métodos para abortar siempre están relacionados con la
clandestinidad y la inseguridad como si fuera un destino al que hay que
resignarse por tomar una decisión sobre la vida misma, cuando no se tienen los
medios para acceder a un aborto más seguro, porque es bien sabido que en ese
caso las condiciones cambian notablemente, aunque se mantenga al personaje del
médico como mediador del proceso mismo del aborto.
En
este sentido es interesante preguntarse cómo y cuándo se medicalizó el aborto,
para pasar de un procedimiento tradicional del que las mujeres mismas se hacían
cargo a la “necesidad” de que haya un médico que lo haga por nosotras y en
nosotras. Uno de los aspectos más crueles de la medicalización del cuerpo de la
mujer se refleja en el profundo desconocimiento que tenemos de nuestras cuerpas
y el temor que nos genera acercarnos a nuestra vulva, a nuestro útero,
cavidades desconocidas y malditas, asociadas a dolor, sangre y reproducción.
Confiamos más en el médico y en el novio o el esposo, para acceder a este
espacio de nuestro cuerpo que en nosotras mismas.
Por
otro lado, incluso con legislación “favorable” al respecto, el aborto sigue
siendo una cuestión ligada a la economía y al capitalismo, no es casual que en
un contexto en el que se quieren ampliar las causales de aborto en Bolivia, sea
el Colegio Médico el que salga a defender su derecho a ser objetores de
conciencia sacando a flote su juramento hipocrático como la justificación para
no realizar abortos, y que se haya iniciado una caza de brujas: en los últimos
dos meses (coincidentes con parte del proceso de ampliación de causales) se han
realizado más de 5 operativos para detener a mujeres que están realizándose
abortos en clínicas clandestinas. No es inocente que todos los operativos se
realicen en zonas periféricas de las ciudades principales, que todas las
detenidas sean de bajos recursos económicos, que todas sean criminalizadas por
abortar, pero sobre todo por ser pobres, pero eso no se dice, sólo se justifica
bajo la bandera de la defensa de la vida, cuando el verdadero delito es no
tener dinero para pagar a estos médicos que “objetan conciencia” en sus
consultorios privados.
No
se conoce un solo caso en el que se hayan realizado operativos para desbaratar
redes de aborto en clínicas privadas o atrapar a quiénes venden medicación
insegura en internet. La gran mayoría hombres, que realizan esta venta como
quien vende un caramelo, sin preocuparse por el bienestar de quienes lo
consumen.
Lo
anterior demuestra que el hecho de que los estados aprueben o no más causales
de aborto no punible, no satisface las necesidades de las mujeres, porque
simplemente no satisface la más básica: abortar sin castigo, sin temor y sin
deber explicaciones a nadie. Cada una es conocedora del motivo que la lleva a
tomar la decisión, por tanto nadie más necesita una explicación. Todo esto
rebasa al Estado que ve a todas las mujeres como hijas eternas que deben
supeditarse a sus mandatos.
Acompañamiento entre
mujeres
Acompañar
un aborto es un concepto muy diferente al de realizar un aborto. Diferencia que
no parece estar clara para la mayor parte de la población.
Acompañar
implica generar un espacio en el que tanto quien acompaña como quien es
acompañada están generando lugares seguros, cómodos y con soporte para ambas.
Nadie está lucrando con la actividad y se implica un alto compromiso emocional
y mental de ambas partes. Los cuerpos de las implicadas no son cosas, son
seres, con historias personales y trasfondos que las llevan a acompañar y
abortar.
En
cambio, realizar un aborto sobre el cuerpo de otra mujer, normalmente tiene que
ver con un afán lucrativo e invasivo, en el que la mujer que interrumpe el
embarazo no es más que un cuerpo/objeto al que se interviene. Sin tomar en
cuenta su situación particular y la historia que la lleva a ese preciso lugar.
Sin
embargo, se suele criminalizar en el imaginario colectivo a la mujer abortera
porque incita a otras a traspasar el límite del cuerpo gobernado por otrxs. La
mujer abortera puede generar un espacio con más información y menos miedo, un
espacio en el que la mujer que aborta recupere el “poder hacer” sobre su propio
cuerpo, sin invasión, porque el acompañamiento no invade el cuerpo de la compañera,
al contrario: respeta el proceso y la decisión, y suma resistencia.
En
este sentido, es vital pensar en el acompañamiento como un acto político, no
como un acto mariano de buena voluntad.
El
concepto de voluntad se vuelve central para acompañar: la voluntad implica la
capacidad humana de decidir algo, de poner toda la fuerza consciente sobre
algo. Cuando una mujer se implica en el proceso de acompañar el aborto (ya sea
con información, con los oídos, con los abrazos, la presencia o ayudando en el
procedimiento) está comprometiendo su tiempo y su seguridad, que de nada valen
si no hay un compromiso de resistencia de fondo.
Acompañar
no debería significar repetir información incesantemente sin contextualizar de
dónde nace la necesidad de reapropiarse del proceso, de que vuelva a ser una
cuestión que se resuelve entre compañeras. Esto nos llevaría a repetir
prácticas de buena voluntad a las que siempre nos hemos visto relegadas como
mujeres, porque se espera que siempre tengamos el corazón y el tiempo abiertos
a quienes necesitan de nosotras, por el mero hecho de poder disponer de nuestro
espacio y de nuestras emociones.
En
cambio, cuando el proceso de acompañar e informar se transforma en un acto
político consciente, estamos pensando en la posibilidad de que cada
acompañamiento sea un paso más en el desarme de la casa patriarcal en la que
hemos estado viviendo. En la posibilidad real y concreta de desarmar la
estructura patriarcal y heterosexual que rige nuestras vidas.
El
aborto debe ser abordado como una posibilidad creativa, que permite pensar al
aborto en términos políticos: abortamos cada vez que sacamos algo que no
deseamos de nuestras vidas. Todas hemos abortado una relación de pareja
malsana, un trabajo indeseable, la heterosexualidad, la monogamia, al padre
golpeador y un infinito etcétera. Todas hemos abortado políticamente en
nuestras vidas en algún momento y hay que seguir haciéndolo.
El
aborto es posibilidad creativa de diseñar y vivir lo que deseamos para nosotras
mismas y para las otras: cuando yo aborto y comparto mi experiencia, cuando
acompaño y decido dar mi energía al proceso, estoy mandando la señal de que
existen otras formas de existir y vivir y la noticia se va regando sola.
Si
el acompañamiento no es profundamente político se convierte en un mero
vaciamiento de fuerzas, porque a la larga no hay nada que lo sostenga más que
la buena voluntad, que nunca ha servido realmente porque nada nos devuelve.
Mi
horizonte político soñado es una mirada del aborto como una práctica que aborta
al sistema heteropatriarcal, que me permite ser desobediente e incomodar. Se ha
subestimado el poder que tiene el aborto para desarmar esta estructura
opresiva, conviene dar vuelta la mirada y ver qué tan incómodo es que hablemos
de aborto y abortemos, lo que sólo confirmaría que el aborto es un tabú que
está en la médula del sistema opresor y de ahí nace su fuerza política.
Si
el aborto es posibilidad de crear la vida que deseamos, transgrediendo el
límite que se nos impone es oportunidad para transgredir la heterosexualidad y
la monogamia como regímenes, como costumbres dadas y naturalizadas. Es en este
extremo donde se explica la gran mayoría de acompañantes e informantes
lesbianas que estamos metidas en el tema.
La
única manera de evitar embarazos y fugar del régimen es la lesbiandad como
política en la vida. Lesbiandad entendida como amor a las mujeres, traspasando
el espacio erótico-afectivo pero conscientes de que también es importante
quitarle nuestro cuerpo al sistema que nos quiere emparejadas con un hombre,
fieles y sumisas.
Paso a paso,
recuperando saberes
Para
finalizar, quisiera hacer énfasis en que el aborto es político, lo que implica
que siempre debe estar en construcción y revisión.
Esto
incluye el profundo cuestionamiento a la industria farmaceútica de la que nos
servimos (y se sirven de nosotras también).
Un
día conversando con unas amigas nos poníamos a pensar, qué sería del
acompañamiento informativo si no existiera el misoprostol, si un monstruo
institucional como la OMS no respaldara el procedimiento del que informamos.
La
interrogante que queda cuando sacamos estos dos factores es inmensa. Si bien
ahora usamos el misoprostol y la mifeprestona por ser medicamentos seguros,
relativamente fáciles de conseguir y de procedimiento estandarizado, quedarse
en su uso sin cuestionar que de fondo estamos usando las herramientas del
monstruo farmacéutico que nos consume, sería proceder de mala fe.
Necesitamos
mirar más allá, recuperar saberes y eso implica para la gran mayoría de
nosotras, salir de la zona de confort en la que nos hallamos, donde hay
farmacias e internet, celular para llamar a las líneas de información sobre
aborto seguro y usualmente, la amiga feminista que te ayuda con el proceso.
La
consciencia de que estos son privilegios a los que accedemos desde zonas
urbanas y usualmente blancoides, nos debe obligar a mirar más allá y hacer lo
que sea necesario para dejar de depender de todo nuestro bagaje blanco y
colonial como mujeres feministas, dejar de depender de una industria para la
que somos números.
Tal
vez, mirar, escuchar hacia atrás y hacia los lados sea el inicio de un camino
donde recuperemos aún más nuestro cuerpo y lo reincorporemos a un universo de
amor entre mujeres, donde nos cuidamos, nos queremos, nos criticamos y nos
celebramos juntas, lejos de las industrias y donde nuestras cuerpas no sean
máquinas reproductoras de capitalismo y heteropatriarcado.