martes, 13 de junio de 2017

ABORTAR ES POLITICO



Daniela G. Toledo Vásquez. Colectiva Cuerpa Autónoma. Bolivia

“cuando el proceso de acompañar e informar se transforma en un acto político consciente, estamos pensando en la posibilidad de que cada acompañamiento sea un paso más en el desarme de la casa patriarcal en la que hemos estado viviendo”.

Estamos en un contexto en que en general se estigmatiza el poder de decisión de una mujer sobre sus propios asuntos, sobre sus relaciones, su vida, su carrera y todo esto está relacionado a su cuerpa.
Es peligrosa la idea de una mujer soberana sobre su cuerpa, consciente de que es posible decidir, porque esa mujer es mucho más difícil de dominar y por tanto ya no es útil a las estructuras patriarcales que sostienen el mundo.
Todo esto viene muy entremezclado con una lógica capitalista brutal en la que el cuerpo de las mujeres es tomado como productor de mano de obra barata y de humanxs obedientes; es el cuerpo de la mujer el que produce más mujeres que tengan sobre sus hombros las tareas cotidianas que pasan inadvertidas y sobre nosotras que se carga el bienestar de los demás. En este sentido, el cuerpo de la mujer es totalmente equiparable a una máquina, que debe moldearse y explotarse.
No es casual que estemos intoxicadas con las migajas gubernamentales, que hayamos creído que la solución viene de alguien más, de algún otro lugar que no somos nosotras mismas. Se nos ha criado para pensar así y esperar, incesantemente, que las condiciones para nosotras mejoren y a necesitar siempre el permiso de alguien para ejercer y decidir sobre nuestras vidas.
Durante toda la historia de la humanidad, se nos ha tratado como hijas eternas, que pasan de la casa del padre a la casa del marido, que necesitan autorización para una ligadura de trompas o una histerectomía. Incluso ahora que en el contexto chileno se espera la aprobación de las 3 causales para abortar, que es sólo una vuelta a la legislación no dictatorial, no todas se dan cuenta que esto no es otra cosa que un supuesto permiso para hacer lo que seguimos haciendo a diario, sin la venia de nadie, pero con mujeres y gente que amamos, cuando tenemos la suerte de no abortar solas en clandestinidad.
El Estado no es aliado, es opresor
En Bolivia, el aborto por 3 causales ha existido desde hace varios años. Las 3 causales son las que parecen más comunes para abortar en el mundo:
Cuando el aborto hubiere sido consecuencia de un delito de violación, rapto no seguido de matrimonio, estupro o incesto, no se aplicará sanción alguna, siempre que la acción penal hubiere sido iniciada.
Tampoco será punible si el aborto hubiere sido practicado con el fin de evitar un peligro para la vida o la salud de la madre y si este peligro no podía ser evitado por otros medios.
En ambos casos, el aborto deberá ser practicado por un médico, con el consentimiento de la mujer y autorización judicial en su caso” (Código Penal Boliviano, artículo 266).
Es decir, que somos meras incubadoras. Que el daño que se ejerce sobre nosotras con una violación o un rapto, se “subsana” con el matrimonio, que el incesto y el estupro pueden ser motivos para abortar, siempre y cuando se haya iniciado un tortuoso proceso penal que nos revictimiza y en el que casi nunca salimos ganando.
Y siempre, en manos de un médico, institucionalizando un momento decisivo en nuestras vidas, alejadas del cuidado de quienes nos quieren y alejadas de nosotras mismas por el nivel de estrés que suele implicar la decisión.
Cuando este año, 2017, se ha propuesto cambiar la legislación para tener más causales de aborto impune, se agregan nuevos motivos: pobreza extrema, ser menor de edad, tener más de 3 hijos y ser estudiante.
A simple vista, todas estas causales pueden parecer un avance en las libertades, sin embargo, hay que leer más allá y entonces darse cuenta que otra vez hay algo/alguien que juzga si somos pobres o no, que podemos elegir no ser madres momentáneamente porque en cuanto ya no seamos menores de edad y no estudiemos, la maternidad es obligatoria y que un número de 3 hijos es algo que las mujeres debemos aguantar estoicamente, casi “naturalmente”.
En estos contextos y en concreto, los supuestos avances legales que “protegen la vida” han resultado inútiles. Las cifras oficiales de mortalidad materna por aborto inseguro bordean las 450 mujeres muertas al año, todas relacionadas con abortos de mujeres pobres. Los métodos para abortar siempre están relacionados con la clandestinidad y la inseguridad como si fuera un destino al que hay que resignarse por tomar una decisión sobre la vida misma, cuando no se tienen los medios para acceder a un aborto más seguro, porque es bien sabido que en ese caso las condiciones cambian notablemente, aunque se mantenga al personaje del médico como mediador del proceso mismo del aborto.
En este sentido es interesante preguntarse cómo y cuándo se medicalizó el aborto, para pasar de un procedimiento tradicional del que las mujeres mismas se hacían cargo a la “necesidad” de que haya un médico que lo haga por nosotras y en nosotras. Uno de los aspectos más crueles de la medicalización del cuerpo de la mujer se refleja en el profundo desconocimiento que tenemos de nuestras cuerpas y el temor que nos genera acercarnos a nuestra vulva, a nuestro útero, cavidades desconocidas y malditas, asociadas a dolor, sangre y reproducción. Confiamos más en el médico y en el novio o el esposo, para acceder a este espacio de nuestro cuerpo que en nosotras mismas.
Por otro lado, incluso con legislación “favorable” al respecto, el aborto sigue siendo una cuestión ligada a la economía y al capitalismo, no es casual que en un contexto en el que se quieren ampliar las causales de aborto en Bolivia, sea el Colegio Médico el que salga a defender su derecho a ser objetores de conciencia sacando a flote su juramento hipocrático como la justificación para no realizar abortos, y que se haya iniciado una caza de brujas: en los últimos dos meses (coincidentes con parte del proceso de ampliación de causales) se han realizado más de 5 operativos para detener a mujeres que están realizándose abortos en clínicas clandestinas. No es inocente que todos los operativos se realicen en zonas periféricas de las ciudades principales, que todas las detenidas sean de bajos recursos económicos, que todas sean criminalizadas por abortar, pero sobre todo por ser pobres, pero eso no se dice, sólo se justifica bajo la bandera de la defensa de la vida, cuando el verdadero delito es no tener dinero para pagar a estos médicos que “objetan conciencia” en sus consultorios privados.
No se conoce un solo caso en el que se hayan realizado operativos para desbaratar redes de aborto en clínicas privadas o atrapar a quiénes venden medicación insegura en internet. La gran mayoría hombres, que realizan esta venta como quien vende un caramelo, sin preocuparse por el bienestar de quienes lo consumen.
Lo anterior demuestra que el hecho de que los estados aprueben o no más causales de aborto no punible, no satisface las necesidades de las mujeres, porque simplemente no satisface la más básica: abortar sin castigo, sin temor y sin deber explicaciones a nadie. Cada una es conocedora del motivo que la lleva a tomar la decisión, por tanto nadie más necesita una explicación. Todo esto rebasa al Estado que ve a todas las mujeres como hijas eternas que deben supeditarse a sus mandatos.

Acompañamiento entre mujeres
Acompañar un aborto es un concepto muy diferente al de realizar un aborto. Diferencia que no parece estar clara para la mayor parte de la población.
Acompañar implica generar un espacio en el que tanto quien acompaña como quien es acompañada están generando lugares seguros, cómodos y con soporte para ambas. Nadie está lucrando con la actividad y se implica un alto compromiso emocional y mental de ambas partes. Los cuerpos de las implicadas no son cosas, son seres, con historias personales y trasfondos que las llevan a acompañar y abortar.
En cambio, realizar un aborto sobre el cuerpo de otra mujer, normalmente tiene que ver con un afán lucrativo e invasivo, en el que la mujer que interrumpe el embarazo no es más que un cuerpo/objeto al que se interviene. Sin tomar en cuenta su situación particular y la historia que la lleva a ese preciso lugar.
Sin embargo, se suele criminalizar en el imaginario colectivo a la mujer abortera porque incita a otras a traspasar el límite del cuerpo gobernado por otrxs. La mujer abortera puede generar un espacio con más información y menos miedo, un espacio en el que la mujer que aborta recupere el “poder hacer” sobre su propio cuerpo, sin invasión, porque el acompañamiento no invade el cuerpo de la compañera, al contrario: respeta el proceso y la decisión, y suma resistencia.
En este sentido, es vital pensar en el acompañamiento como un acto político, no como un acto mariano de buena voluntad.
El concepto de voluntad se vuelve central para acompañar: la voluntad implica la capacidad humana de decidir algo, de poner toda la fuerza consciente sobre algo. Cuando una mujer se implica en el proceso de acompañar el aborto (ya sea con información, con los oídos, con los abrazos, la presencia o ayudando en el procedimiento) está comprometiendo su tiempo y su seguridad, que de nada valen si no hay un compromiso de resistencia de fondo.
Acompañar no debería significar repetir información incesantemente sin contextualizar de dónde nace la necesidad de reapropiarse del proceso, de que vuelva a ser una cuestión que se resuelve entre compañeras. Esto nos llevaría a repetir prácticas de buena voluntad a las que siempre nos hemos visto relegadas como mujeres, porque se espera que siempre tengamos el corazón y el tiempo abiertos a quienes necesitan de nosotras, por el mero hecho de poder disponer de nuestro espacio y de nuestras emociones.
En cambio, cuando el proceso de acompañar e informar se transforma en un acto político consciente, estamos pensando en la posibilidad de que cada acompañamiento sea un paso más en el desarme de la casa patriarcal en la que hemos estado viviendo. En la posibilidad real y concreta de desarmar la estructura patriarcal y heterosexual que rige nuestras vidas.
El aborto debe ser abordado como una posibilidad creativa, que permite pensar al aborto en términos políticos: abortamos cada vez que sacamos algo que no deseamos de nuestras vidas. Todas hemos abortado una relación de pareja malsana, un trabajo indeseable, la heterosexualidad, la monogamia, al padre golpeador y un infinito etcétera. Todas hemos abortado políticamente en nuestras vidas en algún momento y hay que seguir haciéndolo.
El aborto es posibilidad creativa de diseñar y vivir lo que deseamos para nosotras mismas y para las otras: cuando yo aborto y comparto mi experiencia, cuando acompaño y decido dar mi energía al proceso, estoy mandando la señal de que existen otras formas de existir y vivir y la noticia se va regando sola.
Si el acompañamiento no es profundamente político se convierte en un mero vaciamiento de fuerzas, porque a la larga no hay nada que lo sostenga más que la buena voluntad, que nunca ha servido realmente porque nada nos devuelve.
Mi horizonte político soñado es una mirada del aborto como una práctica que aborta al sistema heteropatriarcal, que me permite ser desobediente e incomodar. Se ha subestimado el poder que tiene el aborto para desarmar esta estructura opresiva, conviene dar vuelta la mirada y ver qué tan incómodo es que hablemos de aborto y abortemos, lo que sólo confirmaría que el aborto es un tabú que está en la médula del sistema opresor y de ahí nace su fuerza política.
Si el aborto es posibilidad de crear la vida que deseamos, transgrediendo el límite que se nos impone es oportunidad para transgredir la heterosexualidad y la monogamia como regímenes, como costumbres dadas y naturalizadas. Es en este extremo donde se explica la gran mayoría de acompañantes e informantes lesbianas que estamos metidas en el tema.
La única manera de evitar embarazos y fugar del régimen es la lesbiandad como política en la vida. Lesbiandad entendida como amor a las mujeres, traspasando el espacio erótico-afectivo pero conscientes de que también es importante quitarle nuestro cuerpo al sistema que nos quiere emparejadas con un hombre, fieles y sumisas.
Paso a paso, recuperando saberes
Para finalizar, quisiera hacer énfasis en que el aborto es político, lo que implica que siempre debe estar en construcción y revisión.
Esto incluye el profundo cuestionamiento a la industria farmaceútica de la que nos servimos (y se sirven de nosotras también).
Un día conversando con unas amigas nos poníamos a pensar, qué sería del acompañamiento informativo si no existiera el misoprostol, si un monstruo institucional como la OMS no respaldara el procedimiento del que informamos.
La interrogante que queda cuando sacamos estos dos factores es inmensa. Si bien ahora usamos el misoprostol y la mifeprestona por ser medicamentos seguros, relativamente fáciles de conseguir y de procedimiento estandarizado, quedarse en su uso sin cuestionar que de fondo estamos usando las herramientas del monstruo farmacéutico que nos consume, sería proceder de mala fe.
Necesitamos mirar más allá, recuperar saberes y eso implica para la gran mayoría de nosotras, salir de la zona de confort en la que nos hallamos, donde hay farmacias e internet, celular para llamar a las líneas de información sobre aborto seguro y usualmente, la amiga feminista que te ayuda con el proceso.
La consciencia de que estos son privilegios a los que accedemos desde zonas urbanas y usualmente blancoides, nos debe obligar a mirar más allá y hacer lo que sea necesario para dejar de depender de todo nuestro bagaje blanco y colonial como mujeres feministas, dejar de depender de una industria para la que somos números.
Tal vez, mirar, escuchar hacia atrás y hacia los lados sea el inicio de un camino donde recuperemos aún más nuestro cuerpo y lo reincorporemos a un universo de amor entre mujeres, donde nos cuidamos, nos queremos, nos criticamos y nos celebramos juntas, lejos de las industrias y donde nuestras cuerpas no sean máquinas reproductoras de capitalismo y heteropatriarcado.

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