martes, 16 de agosto de 2016

Abortarlo todo: los movimientos del movimiento Coordinadora Feministas en Lucha



        Dra. Gilda Luongo

Esos movimientos de rebeldía que tenemos en la sangre”.
Gloria Anzaldúa


Doy vueltas en torno a esta invitación feminista largamente. Recuerdo. No es mucho tiempo a la distancia, sin embargo, hay tanta acumulación de eventos, imágenes, escenas, discusiones, (dis)tensiones, abrazos y complicidades. Miro los archivos acumulados desde el año 2013 en adelante en mi computador. Son tantos y de diversa índole: registros de reuniones, talleres, actas, intentos de manifiestos, de pliego de peticiones, declaraciones, notas escritas para periódicos, columnas de opinión, artículo para algún seminario, entre otros. Me quiero detener, sin embargo, en una imagen y un evento: el año 2013, en que se aglutinan las organizaciones y colectivos en la casa de la Marcha Mundial de las Mujeres, en Malaquías Concha en Santiago, a propósito de la conmoción que desatara el caso de Belén, niña chilena de 11 años, embarazada de su padrastro quien la violaba desde hace tiempo.
Fuimos un buen piño de activistas feministas de todos los estilos y vertientes quienes nos reunimos allí para verter nuestra furia, para discutir alguna acción que diera cuenta de nuestro posicionamiento frente a la violencia y al abuso hacia las niñas y mujeres en este país. Nos movía una casa feroz, territorio de la dimensión de lo privado, lo ominoso que altera constantemente los espacios que parecieran no ser políticos. No obstante, este lo era de modo indiscutible para nosotras, nosotres, a lo que no le dimos muchas vueltas en esa ocasión. No hablamos, en ese momento, de las violencias sexuales patriarcales cotidianas que en forma y fondo emergen inacabables desde la esfera de lo privado porque es el anverso de la esfera de lo público. Lo personal es político, dice el lema que los sesenta instalara tan bien para nuestro cultivo. Lo doméstico, el parentesco está entrelazado con la construcción que de él se hace desde el Estado, desde la iglesia, desde la escuela. Todas, todos, todes estamos marcados por esta construcción simbólica de manera inevitable. Es una de las tantas zonas a la que debemos mirar con ojos grandes para conmovernos con la magnitud de su descalabro. Desde este presente pienso en la condensación que se expande allí: una madre, un padrastro, una hija, la hija/hijo de la hijastra y el padrastro engendrador de la hijastra, son registros de aquello desregulado, desarticulado que nos lleva obligatoriamente a pensar en el incesto y lo tabú; así como a lo que yerra desde lo simbólico: una madre que no quiere ver ni saber del abuso de su hija, una hija que testimonia acerca del abuso y las amenazas para silenciarlo, luego quiere tener a su bebé y afirma que lo cuidará como a una muñeca, un padrastro apuntado con el dedo acusador por una (in)justicia hipócrita, un presidente de la república que dice que la niña está preparada para ser madre. Todo un engranaje riesgoso de abordar para cualquiera que no haya elegido la reflexión y la acción feministas en esta maquinaria capitalista, heteropatriarcal, neoliberal. Discutimos de modo apasionado, esa tarde, si Belén debía ser o no el núcleo de nuestro actuar. Recuerdo el ímpetu que pusimos en que no debía ser su nombre lo que nos moviera, como si fuera la niña símbolo de una teletón feminista. No. En definitiva, nos movilizaba lo que pulsaba más denso en el caso. Es que esa aparición noticiosa tenía el carácter de todos los eventos que podríamos enumerar en los que la prensa poderosa pone sus garras para desmoronar o levantar distracciones de lo social-cultural-económico candente, y evitar así la posible revuelta. Entonces, de modo mágico, como si alguien pulsara un diapasón en el círculo armado por quienes estábamos allí, llegamos rápidamente a una propuesta unánime: una marcha para reclamar el aborto libre, seguro y gratuito. Desde la casa a la calle, podría llamarse esa escena. No hubo dilaciones. Se armó un común denominador: el movimiento lanzado a las calles sin permiso un 25 de julio de cada año para activar la lucha por el aborto libre, seguro y gratuito. Ese fue, además, un punto de inflexión que marcó el lugar de la radicalidad que pulsaría venoso en la mayor parte de los encuentros. Así se marcó distancia de aquellos espacios feministas o no, que activaban en ese momento la legislación en Chile por el aborto a parir de las tres causales: inviabilidad fetal, riesgo de muerte de la madre y violación. Como expresara Angela Davis, el martes 19 pasado (julio), no hay recetas para la activación de las luchas políticas. Estas surgen del ímpetu organizativo de diverso tono y dimensión. La praxis política feminista se convierte así en una zona epistemológica fundamental. Por ello se hace necesario volver a estos modos, maneras, formas de arribar al levantamiento de las luchas y sus multiplicidades e interrogarlas para su activación reflexiva en el presente. Davis enfatizó, además, en su conferencia, la importancia de mirar el presente para la activación de estrategias de luchas, porque de este modo damos cabida a la renovación, a la mirada aguda del presente, de aquello que nos convoca para resistir. En este sentido podríamos pensar que el tono político no acaba nunca porque las transformaciones siempre serán necesarias, en cada presente y a causa de las luchas pasadas, afirmo, instaladas como memorias heterogéneas, contra-memorias. Siempre habrá un “Otro” en quien recaigan las opresiones, subyugaciones, exclusiones y dominaciones. Así se arma la trama social y cultural en nuestras naciones estado jerárquicas, capitalistas, racistas, heteropatriarcales.
Pienso que el inicio de la CFL estuvo marcado por una vertiente desobediente, denunciadora de la opresión de las mujeres desde lugares feministas de diverso cuño. La pluralidad luchadora quiso ser parte de la aglutinación de quienes estaban disponibles para levantar acciones. Se decidió entre las, los, les integrantes que la instancia movimientista se nombraría como feminista sin dubitaciones, quienes quisieran sumarse a ella tendrían que adherir a este posicionamiento. Este fue un sello que distinguió la instancia y que continuaría gravitando en los años posteriores, cuando ya se nombrara definitivamente Coordinadora Feministas en Lucha, para decidir actuaciones de diverso tipo. No resulta menor la designación de radical. Este apelativo tiene varias marcas de sentido que pueden abrir el panorama político feminista que esta confluencia plantea. La primera tiene que ver con su sentido de la raíz, aquello que puede estar bajo o sobre la superficie y que se multiplica a la manera de rizomas (Deleuze y Guattari), entonces no hay un solo centro sino más bien una multiplicidad de hilos que pueden tejer redes y que proliferan hacia distintas zonas de lo político feminista, siempre en tensión, siempre en transformación. Esto no significa que se anule la posibilidad de aglutinar agencias en torno a cuestiones que armen confluencias, sino más bien implica que ellas pueden ser múltiples y que están a disposición para la resistencia frente a las jerarquías patriarcales, capitalistas, colonialistas, racistas y heterocéntricas. Por otra parte, la radicalidad nos aproxima a lo que puede ser extremo por su intensidad, por su activación exagerada. Sin duda, ambas cualidades confluyen en este movimiento que ofrece una posibilidad para transmutar, alterar y deformar aquello que se ha petrificado como lo normativo respecto del aborto: su secreto, su penalización, su castigo, su silenciamiento, su mitificación conectada a la muerte de la vida, como si la vida solo fuera en su máxima expresión mientras la reproducen las mujeres; su peligrosidad para la moral y las buenas costumbres, su atentado a la salud de las mujeres, una biopolítica (Foucault), en definitiva, su alteración de lo que debe ser una mujer: madre.
La instancia que me convoca surge así desde un posicionamiento político que anhela luchar, en su radicalidad, contra el sistema sexo-género que ha normado y aprisionado los cuerpos y las sexualidades de las mujeres. Toma el punto nodal del aborto porque este se entiende como un territorio en disputa a lo largo de la historia en América Latina. Sabemos que en esta historia movimientista ha sido difícil levantar la lucha abierta, a boca llena por el aborto, nombrarlo, testimoniar las experiencias en torno a éste, proponer disputas, relatos múltiples y discursividades al respecto, debates tensionados para la acción. Ha costado explicitar la libertad de los cuerpos, sus sexualidades, las transformaciones de éstas, y ha significado aún más laboriosidad reivindicar el derecho de las mujeres a decidir respecto de su condición, hasta ahora, de reproductoras de la especie. Hay múltiples razones para ello, entre otras, que las mujeres más afectadas por este mandato han sido las de clases proletarias, las negras, las indígenas, las mestizas. Por cierto, las trayectorias de los movimientos feministas en Chile debieron exigirse de manera ardua para considerar las diferencias de clase, etnia, raza cuestión que no ocurre sino hasta la llegada del MEMCH, movimiento más heterogéneo y permeable a las diferencias entre las mujeres, en la década del treinta en nuestro país. Con todo, sólo pudieron poner el aborto como un tema vinculado a la salud de las mujeres y su riesgo de muerte, la eugenesia era un discurso poderoso proveniente del ámbito médico y el político-religioso-filosófico conservador. Los entornos tradicionalistas fueron una piedra de tope para expresar de modo más ancho la lucha por las libertades sexuales y la apropiación de los cuerpos como territorios de ciudadanía. La propia censura y la influencia de un feminismo compensatorio de corte liberal influyeron en estos silenciamientos. En consecuencia, el lugar simbólico y sus prácticas regulatorias, han pesado en nuestros cuerpos como arma en contra de nosotras mismas. Se instala así, con capas múltiples, una economía sexual que nos hace prisioneras de la heterosexualidad obligatoria para nutrir la economía capitalista que saca rédito de la producción afectivo-sexual asignada obligatoriamente a las mujeres.
Pienso en ese presente, ya pasado del año 2013, uno que hizo posible convocar desde la Coordinadora Feministas en Lucha una marcha de inusitada masividad, que, sin permiso de las autoridades de turno, se toma las calles y la Alameda para instalar las presencias más disímiles de cuerpos en lucha por el aborto libre, seguro y gratuito. Sin permiso. Y me quiero detener en este signo desobediente porque no se volvería a repetir. Las marchas subsiguientes tuvieron que contar siempre con la autorización de la Intendencia. Este es el registro “democrático” en que las expresiones del disenso se encuentran atrapadas. Resulta significativo, además que esa marcha sin permiso, llegara sin proponérselo, a la Catedral de Santiago en el mismo día de celebración del apóstol Santiago. Un error de cálculo de la Intendencia. Una desviación equivocada hecha por carabineros de Chile, quienes cortaron la marcha en el propio Paseo Ahumada y en ese desvío/desvarío hacia la Plaza de Armas, pleno centro de Santiago, nos dio la oportunidad para extremar la rebelión de quienes marchaban ese día. Tener a la mano un espacio sagrado, intocado por las masividades rebeldes, desde la dictadura, con sus feligreses santificados dentro de él era un gozo feminista. La contienda era desigual, siempre lo ha sido. Sin embargo, resultó un disfrute para quienes participaron desde dentro y fuera del recinto religioso. Las imágenes que nos quedan en el espacio virtual, en la memoria y en los relatos testimoniales resultan cada vez una provocación para nuestros impulsos de revuelta. Las querellas no se hicieron esperar. Angie Mendoza fue requerida para interrogatorios a causa de los “desmanes” y las profanaciones del lugar sagrado desde la iglesia y el municipio. El estilo sancionador y castigador nos perseguiría en cada petición del consabido permiso para volver a marchar en esta fecha que coincidirá siempre con el patrono Santiago y con la misa que lo celebra religiosamente: la revuelta feminista y la celebración católica paradojalmente juntas en este país desajustado de variados modos.
Por otra parte, me parece importante señalar que esta instancia articuladora de varias agrupaciones en ese momento, logra una interacción que hace posible hacerse cargo, asimismo, de marchas para el día internacional de la mujer. No obstante, en su funcionamiento no siempre hubo una confluencia activista que hiciera posible alternar los liderazgos y vocerías. Más aún, el anhelo de multiplicar las participaciones y compromisos en las acciones se vio limitado dado que ocurría la reiteración de los sujetos que tomaban el lugar de la dirección. Este es un punto de reflexión que retornaba cada tanto en nuestras reuniones. Se imponía una saturación de responsabilidades en unos pocos sujetos, que habla de los modos en que nos organizamos y de los modos posibles en los que podemos llegar a ser más dúctiles y democráticas en nuestros activismos. A ello se sumaba la precariedad de los colectivos y las integrantes sueltas para levantar las cuestiones materiales requeridas para las marchas o para lugares de reunión, por ejemplo. Creo que estas experiencias repetidas funcionaron a manera de aprendizaje y tengo la sensación de que, para este presente del 2016, se han modificado. Sé, además, que se han incorporado otras colectivas y agrupaciones, cuestión fundamental para la vida de esta instancia feminista articuladora.
Asimismo, quisiera decir brevemente de los intentos desde la CFL por ahondar en otros tres ejes de lucha que fueron propuestos en reuniones y talleres, estos son trabajo, educación y disidencia sexual. Estas vertientes fueron propuestas por la diversidad de grupos, dado que constituían territorios fuertes que demandaban transformación e incidencia política feminista. En uno de los documentos denominados como “Pliego de lucha” que poseo con fecha de marzo del año 2014, se lee:
“Declaramos nuestra lucha por el trabajo digno que considera las demandas de todas las mujeres trabajadoras en los más disímiles ámbitos en los que nos desempeñamos en contextos de capitalismo salvaje. Nosotras recibimos menos salarios que los hombres en las mismas condiciones de trabajo. Sobreexplotadas, subcontratadas, invisibilizadas, castigadas por la previsión miserable en la salud, nos declaramos en lucha por el derecho a huelga, por la efectiva libertad sindical. Nos declaramos en lucha por visibilizar la doble jornada laboral que nos oprime. Trabajamos fuera de nuestras casas en las condiciones ya mencionadas, y dentro de ellas, desplegando lo que las feministas llamamos “producción afectivo sexual”; una que no tiene valor de cambio puesto que aparece “naturalizada” en estas culturas nuestras. Afirmamos que NO somos ni madres, ni amantes, ni compañeras amorosas por naturaleza, nada en nosotras es por naturaleza, compañeras, compañeres, y compañeros. En consecuencia, nos declaramos en lucha para derribar la división sexual del trabajo y derrumbar las tiranías que oprimen nuestro desempeño en cualquier ámbito de lo público y de lo privado como trabajadoras”.


En segundo lugar:

“Nos declaramos en lucha por una educación pública, gratuita, laica, no sexista. Denunciamos la tiranía de una moral conservadora en los ámbitos de la educación que ha impedido que las, les y los jóvenes de este país puedan opinar y generar sus propios posicionamientos respecto de temas relativos a la sexualidad, a los mandatos normativos de género, a las reflexiones sobre las diferencias múltiples que nos habitan como cultura. Declaramos que somos partidarias de una educación plural en lo social y cultural, una educación que considere las diferencias múltiples de nuestro país y que se diseñe de modo libre para dar cauce a sus manifestaciones como sociedad heterogénea; género, clase, etnia y raza son pilares fundamentales en la construcción que anhelamos como educación pública. Asimismo, nos declaramos en lucha por activar la educación popular, una de las experiencias libertarias en la historia en América Latina. Declaramos que luchamos para desmontar el mercado en la educación; la invasión mercantil en este ámbito sólo ha generado inequidades y exclusiones de quienes habitan los sectores más castigados por el modelo económico neoliberal impuesto a punta de cañón por la Dictadura militar”.

Por último, me gustaría poner en reflexión breve el contexto en que surge esta instancia política feminista de la CFL. Pienso que tiene sus ecos reverberantes en la labor movimientista y de sensibilidad generada por los agenciamientos políticos estudiantiles que desde el año 2011, de modo más sistemático, se comenzaron a manifestar en lucha por una educación gratuita, sin lucro y de calidad. Asimismo, estas instancias estudiantiles, de secundari@s y universitari@s, estaban muy interesadas en demandar una educación no sexista y exigían educación sexual abierta y libre en sus instituciones. Estas generaciones de jóvenes ya no temían hablar de sexualidad de manera explícita entre ellos, a través de sus propias creaciones y grupalidades, tampoco temían exhibir sus cuerpos intervenidos con signos y alfabetos alteradores de una normativa heterosexual asfixiante; las disidencias sexuales se hacían cada vez más estridentes y con ello inevitablemente presentes como imágenes, narrativas y escenas a la mano. Un tono libertario y de atrevimiento para con lo social, lo cultural y lo político flotaba en los aires de este país, en el momento en que ocurre el caso Belén, que ya he mencionado, como evento aglutinador de las voces disidentes de la CFL. Creo, con menor certeza, que en su gestación también pulsa una memoria feminista y de la diversidad sexual de los ochenta y noventa, que puede no estar aún tan incorporada de manera consciente y como territorio auspicioso con todos sus avatares y vericuetos. Creo que esta vertiente genealógica amerita una discusión de más largo aliento. En todo caso, como feminista de larga data, pienso que el coro de voces feministas de nuestra historia en occidente rebota constantemente y de modo diferenciado como eco en las luchas de todos los tiempos: un amasijo, para decirlo en clave de Gloria Anzaldúa.
No obstante, y, en definitiva, la primera marcha masiva de la historia de Chile a favor del aborto libre, seguro y gratuito, se gestó en un territorio cultivado por instancias casi invisibles, feministas y no feministas, que forman parte de movimientos de los movimientos políticos incesantes en este país. La CFL, entonces, sale a la luz en este cultivo, bienvenido este crisol de posicionamientos y, lo más benéfico, ha continuado, persistentemente, su lucha político feminista hasta este presente de hoy.

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