Dra. Gilda Luongo
“Esos movimientos de rebeldía que tenemos en
la sangre”.
Gloria Anzaldúa
Doy
vueltas en torno a esta invitación feminista largamente. Recuerdo. No es mucho
tiempo a la distancia, sin embargo, hay tanta acumulación de eventos, imágenes,
escenas, discusiones, (dis)tensiones, abrazos y complicidades. Miro los
archivos acumulados desde el año 2013 en adelante en mi computador. Son tantos
y de diversa índole: registros de reuniones, talleres, actas, intentos de
manifiestos, de pliego de peticiones, declaraciones, notas escritas para
periódicos, columnas de opinión, artículo para algún seminario, entre otros. Me
quiero detener, sin embargo, en una imagen y un evento: el año 2013, en que se
aglutinan las organizaciones y colectivos en la casa de la Marcha Mundial de las
Mujeres, en Malaquías Concha en Santiago, a propósito de la conmoción que
desatara el caso de Belén, niña chilena de 11 años, embarazada de su padrastro
quien la violaba desde hace tiempo.
Fuimos
un buen piño de activistas feministas de todos los estilos y vertientes quienes
nos reunimos allí para verter nuestra furia, para discutir alguna acción que
diera cuenta de nuestro posicionamiento frente a la violencia y al abuso hacia
las niñas y mujeres en este país. Nos movía una casa feroz, territorio de la
dimensión de lo privado, lo ominoso que altera constantemente los espacios que
parecieran no ser políticos. No obstante, este lo era de modo indiscutible para
nosotras, nosotres, a lo que no le dimos muchas vueltas en esa ocasión. No
hablamos, en ese momento, de las violencias sexuales patriarcales cotidianas
que en forma y fondo emergen inacabables desde la esfera de lo privado porque
es el anverso de la esfera de lo público. Lo personal es político, dice el lema
que los sesenta instalara tan bien para nuestro cultivo. Lo doméstico, el
parentesco está entrelazado con la construcción que de él se hace desde el
Estado, desde la iglesia, desde la escuela. Todas, todos, todes estamos
marcados por esta construcción simbólica de manera inevitable. Es una de las
tantas zonas a la que debemos mirar con ojos grandes para conmovernos con la
magnitud de su descalabro. Desde este presente pienso en la condensación que se
expande allí: una madre, un padrastro, una hija, la hija/hijo de la hijastra y
el padrastro engendrador de la hijastra, son registros de aquello desregulado,
desarticulado que nos lleva obligatoriamente a pensar en el incesto y lo tabú; así
como a lo que yerra desde lo simbólico: una madre que no quiere ver ni saber
del abuso de su hija, una hija que testimonia acerca del abuso y las amenazas
para silenciarlo, luego quiere tener a su bebé y afirma que lo cuidará como a
una muñeca, un padrastro apuntado con el dedo acusador por una (in)justicia
hipócrita, un presidente de la república que dice que la niña está preparada
para ser madre. Todo un engranaje riesgoso de abordar para cualquiera que no
haya elegido la reflexión y la acción feministas en esta maquinaria
capitalista, heteropatriarcal, neoliberal. Discutimos de modo apasionado, esa
tarde, si Belén debía ser o no el núcleo de nuestro actuar. Recuerdo el ímpetu
que pusimos en que no debía ser su nombre lo que nos moviera, como si fuera la
niña símbolo de una teletón feminista. No. En definitiva, nos movilizaba lo que
pulsaba más denso en el caso. Es que esa aparición noticiosa tenía el carácter
de todos los eventos que podríamos enumerar en los que la prensa poderosa pone
sus garras para desmoronar o levantar distracciones de lo social-cultural-económico
candente, y evitar así la posible revuelta. Entonces, de modo mágico, como si
alguien pulsara un diapasón en el círculo armado por quienes estábamos allí,
llegamos rápidamente a una propuesta unánime: una marcha para reclamar el
aborto libre, seguro y gratuito. Desde la casa a la calle, podría llamarse esa
escena. No hubo dilaciones. Se armó un común denominador: el movimiento lanzado
a las calles sin permiso un 25 de julio de cada año para activar la lucha por
el aborto libre, seguro y gratuito. Ese fue, además, un punto de inflexión que
marcó el lugar de la radicalidad que pulsaría venoso en la mayor parte de los
encuentros. Así se marcó distancia de aquellos espacios feministas o no, que
activaban en ese momento la legislación en Chile por el aborto a parir de las
tres causales: inviabilidad fetal, riesgo de muerte de la madre y violación. Como
expresara Angela Davis, el martes 19 pasado (julio), no hay recetas para la
activación de las luchas políticas. Estas surgen del ímpetu organizativo de
diverso tono y dimensión. La praxis política feminista se convierte así en una
zona epistemológica fundamental. Por ello se hace necesario volver a estos
modos, maneras, formas de arribar al levantamiento de las luchas y sus multiplicidades
e interrogarlas para su activación reflexiva en el presente. Davis enfatizó,
además, en su conferencia, la importancia de mirar el presente para la
activación de estrategias de luchas, porque de este modo damos cabida a la
renovación, a la mirada aguda del presente, de aquello que nos convoca para
resistir. En este sentido podríamos pensar que el tono político no acaba nunca
porque las transformaciones siempre serán necesarias, en cada presente y a
causa de las luchas pasadas, afirmo, instaladas como memorias heterogéneas,
contra-memorias. Siempre habrá un “Otro” en quien recaigan las opresiones,
subyugaciones, exclusiones y dominaciones. Así se arma la trama social y
cultural en nuestras naciones estado jerárquicas, capitalistas, racistas, heteropatriarcales.
Pienso
que el inicio de la CFL estuvo marcado por una vertiente desobediente,
denunciadora de la opresión de las mujeres desde lugares feministas de diverso
cuño. La pluralidad luchadora quiso ser parte de la aglutinación de quienes
estaban disponibles para levantar acciones. Se decidió entre las, los, les
integrantes que la instancia movimientista se nombraría como feminista sin
dubitaciones, quienes quisieran sumarse a ella tendrían que adherir a este
posicionamiento. Este fue un sello que distinguió la instancia y que
continuaría gravitando en los años posteriores, cuando ya se nombrara definitivamente
Coordinadora Feministas en Lucha, para decidir actuaciones de diverso tipo. No
resulta menor la designación de radical. Este apelativo tiene varias marcas de
sentido que pueden abrir el panorama político feminista que esta confluencia
plantea. La primera tiene que ver con su sentido de la raíz, aquello que puede
estar bajo o sobre la superficie y que se multiplica a la manera de rizomas
(Deleuze y Guattari), entonces no hay un solo centro sino más bien una
multiplicidad de hilos que pueden tejer redes y que proliferan hacia distintas
zonas de lo político feminista, siempre en tensión, siempre en transformación.
Esto no significa que se anule la posibilidad de aglutinar agencias en torno a
cuestiones que armen confluencias, sino más bien implica que ellas pueden ser
múltiples y que están a disposición para la resistencia frente a las jerarquías
patriarcales, capitalistas, colonialistas, racistas y heterocéntricas. Por otra
parte, la radicalidad nos aproxima a lo que puede ser extremo por su
intensidad, por su activación exagerada. Sin duda, ambas cualidades confluyen
en este movimiento que ofrece una posibilidad para transmutar, alterar y
deformar aquello que se ha petrificado como lo normativo respecto del aborto:
su secreto, su penalización, su castigo, su silenciamiento, su mitificación
conectada a la muerte de la vida, como si la vida solo fuera en su máxima
expresión mientras la reproducen las mujeres; su peligrosidad para la moral y
las buenas costumbres, su atentado a la salud de las mujeres, una biopolítica
(Foucault), en definitiva, su alteración de lo que debe ser una mujer: madre.
La
instancia que me convoca surge así desde un posicionamiento político que anhela
luchar, en su radicalidad, contra el sistema sexo-género que ha normado y
aprisionado los cuerpos y las sexualidades de las mujeres. Toma el punto nodal
del aborto porque este se entiende como un territorio en disputa a lo largo de
la historia en América Latina. Sabemos que en esta historia movimientista ha
sido difícil levantar la lucha abierta, a boca llena por el aborto, nombrarlo,
testimoniar las experiencias en torno a éste, proponer disputas, relatos
múltiples y discursividades al respecto, debates tensionados para la acción. Ha
costado explicitar la libertad de los cuerpos, sus sexualidades, las
transformaciones de éstas, y ha significado aún más laboriosidad reivindicar el
derecho de las mujeres a decidir respecto de su condición, hasta ahora, de
reproductoras de la especie. Hay múltiples razones para ello, entre otras, que
las mujeres más afectadas por este mandato han sido las de clases proletarias,
las negras, las indígenas, las mestizas. Por cierto, las trayectorias de los
movimientos feministas en Chile debieron exigirse de manera ardua para
considerar las diferencias de clase, etnia, raza cuestión que no ocurre sino
hasta la llegada del MEMCH, movimiento más heterogéneo y permeable a las
diferencias entre las mujeres, en la década del treinta en nuestro país. Con
todo, sólo pudieron poner el aborto como un tema vinculado a la salud de las
mujeres y su riesgo de muerte, la eugenesia era un discurso poderoso
proveniente del ámbito médico y el político-religioso-filosófico conservador. Los
entornos tradicionalistas fueron una piedra de tope para expresar de modo más
ancho la lucha por las libertades sexuales y la apropiación de los cuerpos como
territorios de ciudadanía. La propia censura y la influencia de un feminismo
compensatorio de corte liberal influyeron en estos silenciamientos. En
consecuencia, el lugar simbólico y sus prácticas regulatorias, han pesado en
nuestros cuerpos como arma en contra de nosotras mismas. Se instala así, con
capas múltiples, una economía sexual que nos hace prisioneras de la
heterosexualidad obligatoria para nutrir la economía capitalista que saca
rédito de la producción afectivo-sexual asignada obligatoriamente a las
mujeres.
Pienso
en ese presente, ya pasado del año 2013, uno que hizo posible convocar desde la
Coordinadora Feministas en Lucha una marcha de inusitada masividad, que, sin permiso de las autoridades de
turno, se toma las calles y la Alameda para instalar las presencias más
disímiles de cuerpos en lucha por el aborto libre, seguro y gratuito. Sin permiso. Y me quiero detener en
este signo desobediente porque no se volvería a repetir. Las marchas
subsiguientes tuvieron que contar siempre con la autorización de la
Intendencia. Este es el registro “democrático” en que las expresiones del
disenso se encuentran atrapadas. Resulta significativo, además que esa marcha sin permiso, llegara sin proponérselo, a la Catedral de
Santiago en el mismo día de celebración del apóstol Santiago. Un error de
cálculo de la Intendencia. Una desviación equivocada hecha por carabineros de
Chile, quienes cortaron la marcha en el propio Paseo Ahumada y en ese
desvío/desvarío hacia la Plaza de Armas, pleno centro de Santiago, nos dio la oportunidad
para extremar la rebelión de quienes marchaban ese día. Tener a la mano un
espacio sagrado, intocado por las masividades rebeldes, desde la dictadura, con
sus feligreses santificados dentro de él era un gozo feminista. La contienda
era desigual, siempre lo ha sido. Sin embargo, resultó un disfrute para quienes
participaron desde dentro y fuera del recinto religioso. Las imágenes que nos
quedan en el espacio virtual, en la memoria y en los relatos testimoniales
resultan cada vez una provocación para nuestros impulsos de revuelta. Las
querellas no se hicieron esperar. Angie Mendoza fue requerida para
interrogatorios a causa de los “desmanes” y las profanaciones del lugar sagrado
desde la iglesia y el municipio. El estilo sancionador y castigador nos perseguiría
en cada petición del consabido permiso para volver a marchar en esta fecha que
coincidirá siempre con el patrono Santiago y con la misa que lo celebra religiosamente:
la revuelta feminista y la celebración católica paradojalmente juntas en este
país desajustado de variados modos.
Por
otra parte, me parece importante señalar que esta instancia articuladora de
varias agrupaciones en ese momento, logra una interacción que hace posible
hacerse cargo, asimismo, de marchas para el día internacional de la mujer. No
obstante, en su funcionamiento no siempre hubo una confluencia activista que
hiciera posible alternar los liderazgos y vocerías. Más aún, el anhelo de multiplicar
las participaciones y compromisos en las acciones se vio limitado dado que
ocurría la reiteración de los sujetos que tomaban el lugar de la dirección.
Este es un punto de reflexión que retornaba cada tanto en nuestras reuniones.
Se imponía una saturación de responsabilidades en unos pocos sujetos, que habla
de los modos en que nos organizamos y de los modos posibles en los que podemos
llegar a ser más dúctiles y democráticas en nuestros activismos. A ello se
sumaba la precariedad de los colectivos y las integrantes sueltas para levantar
las cuestiones materiales requeridas para las marchas o para lugares de
reunión, por ejemplo. Creo que estas experiencias repetidas funcionaron a
manera de aprendizaje y tengo la sensación de que, para este presente del 2016,
se han modificado. Sé, además, que se han incorporado otras colectivas y
agrupaciones, cuestión fundamental para la vida de esta instancia feminista
articuladora.
Asimismo,
quisiera decir brevemente de los intentos desde la CFL por ahondar en otros
tres ejes de lucha que fueron propuestos en reuniones y talleres, estos son
trabajo, educación y disidencia sexual. Estas vertientes fueron propuestas por
la diversidad de grupos, dado que constituían territorios fuertes que
demandaban transformación e incidencia política feminista. En uno de los
documentos denominados como “Pliego de lucha” que poseo con fecha de marzo del
año 2014, se lee:
“Declaramos nuestra lucha por el trabajo digno que considera las
demandas de todas las mujeres trabajadoras en los más disímiles ámbitos en los
que nos desempeñamos en contextos de capitalismo salvaje. Nosotras recibimos
menos salarios que los hombres en las mismas condiciones de trabajo. Sobreexplotadas,
subcontratadas, invisibilizadas, castigadas por la previsión miserable en la
salud, nos declaramos en lucha por el derecho a huelga, por la efectiva
libertad sindical. Nos declaramos en lucha por visibilizar la doble jornada
laboral que nos oprime. Trabajamos fuera de nuestras casas en las condiciones
ya mencionadas, y dentro de ellas, desplegando lo que las feministas
llamamos “producción afectivo sexual”; una que no tiene valor de cambio puesto
que aparece “naturalizada” en estas culturas nuestras. Afirmamos que NO somos
ni madres, ni amantes, ni compañeras amorosas por naturaleza, nada en nosotras
es por naturaleza, compañeras, compañeres, y compañeros. En
consecuencia, nos declaramos en lucha para derribar la división sexual del
trabajo y derrumbar las tiranías que oprimen nuestro desempeño en cualquier
ámbito de lo público y de lo privado como trabajadoras”.
En segundo lugar:
“Nos declaramos en lucha por una educación pública, gratuita, laica, no sexista. Denunciamos la tiranía de una moral
conservadora en los ámbitos de la educación que ha impedido que las, les y los
jóvenes de este país puedan opinar y generar sus propios posicionamientos
respecto de temas relativos a la sexualidad, a los mandatos normativos de
género, a las reflexiones sobre las diferencias múltiples que nos habitan como
cultura. Declaramos que somos partidarias de una educación plural en lo social
y cultural, una educación que considere las diferencias múltiples de nuestro
país y que se diseñe de modo libre para dar cauce a sus manifestaciones como
sociedad heterogénea; género, clase, etnia y raza son pilares fundamentales en
la construcción que anhelamos como educación pública. Asimismo, nos declaramos
en lucha por activar la educación popular, una de las experiencias libertarias
en la historia en América Latina. Declaramos que luchamos para desmontar el
mercado en la educación; la invasión mercantil en este ámbito sólo ha generado
inequidades y exclusiones de quienes habitan los sectores más castigados por el
modelo económico neoliberal impuesto a punta de cañón por la Dictadura militar”.
Por
último, me gustaría poner en reflexión breve el contexto en que surge esta
instancia política feminista de la CFL. Pienso que tiene sus ecos reverberantes
en la labor movimientista y de sensibilidad generada por los agenciamientos políticos
estudiantiles que desde el año 2011, de modo más sistemático, se comenzaron a
manifestar en lucha por una educación gratuita, sin lucro y de calidad.
Asimismo, estas instancias estudiantiles, de secundari@s y universitari@s,
estaban muy interesadas en demandar una educación no sexista y exigían
educación sexual abierta y libre en sus instituciones. Estas generaciones de
jóvenes ya no temían hablar de sexualidad de manera explícita entre ellos, a través
de sus propias creaciones y grupalidades, tampoco temían exhibir sus cuerpos
intervenidos con signos y alfabetos alteradores de una normativa heterosexual
asfixiante; las disidencias sexuales se hacían cada vez más estridentes y con
ello inevitablemente presentes como imágenes, narrativas y escenas a la mano. Un
tono libertario y de atrevimiento para con lo social, lo cultural y lo político
flotaba en los aires de este país, en el momento en que ocurre el caso Belén,
que ya he mencionado, como evento aglutinador de las voces disidentes de la CFL.
Creo, con menor certeza, que en su gestación también pulsa una memoria feminista
y de la diversidad sexual de los ochenta y noventa, que puede no estar aún tan
incorporada de manera consciente y como territorio auspicioso con todos sus
avatares y vericuetos. Creo que esta vertiente genealógica amerita una
discusión de más largo aliento. En todo caso, como feminista de larga data,
pienso que el coro de voces feministas de nuestra historia en occidente rebota
constantemente y de modo diferenciado como eco en las luchas de todos los
tiempos: un amasijo, para decirlo en clave de Gloria Anzaldúa.
No
obstante, y, en definitiva, la primera marcha masiva de la historia de Chile a
favor del aborto libre, seguro y gratuito, se gestó en un territorio cultivado por
instancias casi invisibles, feministas y no feministas, que forman parte de movimientos
de los movimientos políticos incesantes en este país. La CFL, entonces, sale a
la luz en este cultivo, bienvenido este crisol de posicionamientos y, lo más
benéfico, ha continuado, persistentemente, su lucha político feminista hasta
este presente de hoy.