miércoles, 24 de agosto de 2016

Economía Feminista: Un planteamiento desde la desobediencia



 Claudia Seguel

I.                   Obedecer es escuchar

La raíz latina de esta palabra nos evoca inevitablemente al sentido judeocristiano de la obediencia. Escuchar la palabra de dios implica renunciar a la voluntad propia. Se trata de auto - silenciarnos para alejar cualquier ruido interno, llámese deseo, pulsión, recuerdo mundano, etc. Entramos en una estática comunicativa llamada monólogo. Mono = Uno; Logos = Razón, Palabra, Pensamiento, Discurso, entre otras. Estática, porque se escucha sin intervenir, interpelar, o cuestionar. Pero se es verdaderamente obediente cuando escuchar adquiere consistencia en las acciones diarias, cuando la voluntad propia se vacía del contenido de lo propio para dar lugar a los preceptos de la voz que mandata.

Con la expresión ¡Dios ha muerto! parecía acabarse el monólogo y la obediencia servil. No obstante, sus más fieles discípulos, quedarían vivos para encarnar la palabra de dios y propagarla. ¿Dios era hombre? Al parecer sí, y su ejército también. Al menos eso me confirma un breve repaso por la biblia; halagos y protagonismo para los discípulos y menosprecio y subordinación para las mujeres. Las feministas y dios, no somos amigxs. No quisiéramos entrar en detalles sobre esta ruptura, basta con señalar que no se trató nunca de un amor libre. Entre dios y las feministas no hubo química, ni la habrá con su rebaño.

No queremos señalar a la cultura judeocristiana como originaria de lo que hoy llamamos patriarcado, cuestión que nos valdría demasiado tiempo. Lo que nos motiva a denunciarla es su poderosa influencia en instituciones patriarcales que aun coexisten con nuestra resistencia feminista. Por patriarcado entendemos una estructura social que jerarquiza las relaciones humanas a partir de una división desigual entre hombres y mujeres, que valiéndose de la categoría de género, produce y reproduce un sistema en el que el mandato recae en el hombre y la obediencia en la mujer. ¿La relación entre dios y el patriarcado? Por mencionar una, la cuestión del logos; una palabra, un discurso, un pensamiento. En ambos casos existe una voz hegemónica que se hace escuchar. Obediencia o castigo.

¡Sin dios ni patrón! Nos vemos en la necesidad vital de sacar el habla, interpelar, cuestionar, por lo tanto... a desobedecer. Y la historia nos ha dado bastantes motivos para hacerlo. Las mujeres, y de sobremanera las mujeres pobres, campesinas, indígenas, no blancas, no ilustradas, hemos resistido el aniquilamiento femicida de las sociedades patriarcales porque nos hemos negado a satisfacer sus caprichos. En adelante nuestra historia de reivindicaciones estará marcada por la desobediencia.

II.                Desobediencia Económica

No reconocemos como nuestras, las decisiones y leyes que emanan desde el egoísmo de la razón dominante. Nos negamos a obedecer resoluciones jurídicas, costumbres, tradiciones, modas, etc., si con éstas se perpetúa el estado de sumisión de las mujeres, y por qué no decirlo, de los hombres también. Las relaciones humanas han sido secuestradas por un modelo patriarcal inhóspito. La política, la economía, la cultura, las ciencias, etc., no son lugares fácilmente habitables por mujeres y hombres disidentes de la voz oficial, incluso nuestra presencia en ellos resulta incómoda. Visibilizarnos es desobedecer.

¿Cuál economía desobedecemos? La economía hegemónica que persigue el objetivo último de la acumulación, dando lugar a un sistema de desigualdades incongruentes con el buen vivir. No nos place colaborar con una economía de mercado capitalista que desde la frialdad de sus negocios nos trata como un número más. Economía no debe ser naturalmente entendida como sinónimo de mercado y asociada naturalmente a la producción del dinero. El mercado es solo uno de los tantos espacios donde tiene lugar un tipo determinado de economía. Nuestra convicción de oponernos a este gran monstruo que es el complejo sistema económico mundial y capitalista, pasa por una necesidad de liberarnos del poder económico (privado o estatal) que amparado y protegido por la cultura patriarcal enraizada en las instituciones políticas, nos condiciona a la pobreza, al consumismo e invisibiliza nuestro trabajo en las economías del cuidado y del hogar; economías locales sin las cuales sería imposible la producción de la vida misma.

La economía entendida como un sistema dominante, suscrita a la propagación de sí misma como autoridad política mundial, goza de plena legalidad para erigirse como un orden económico mundial en la medida en que no es cuestionado, resistido o superado, ya sea por la elite financiera mundial (claro está), los Estados y gobiernos, o bien, por las personas individuales y comunidades.

Somos resistencia porque no queremos depender de una vez por todas del vaivén de la especulación financiera. Nos urge la creación de espacios liberados del control económico mundial. Negamos este afán acumulador capitalista para asumir una nueva vida financiera y por lo tanto contribuir a la construcción de nuevas relaciones económicas, que propicie redes de intercambio sólidas en la convicción de negar y trascender la racionalidad del pensamiento económico capitalista, que se basa en: la ley de oferta y demanda, la autorregulación de los mercados, la mano invisible, el laissez faire laissez passer (dejar hacer, dejar pasar), y toda la mitología subyacente a una teoría económica pura que se jacta de establecer las condiciones necesarias y suficientes para un “libre mercado”.

Entendemos la economía como organización de los medios para satisfacer las diversas necesidades humanas y planetarias, como actividad necesaria para gestionar la vida y contribuir al bien común. El dinero es un medio, no un fin, y por lo tanto, precisamos cuestionar los métodos de una economía mundial basada en el dinero como objetivo. La construcción de nuevas economías requiere de un ejercicio de la voluntad política individual y colectiva, para desplazar al dinero como destino en nuestros intercambios cotidianos. Enric Durán sostiene que “El dinero facilita las relaciones complejas de intercambio”. Cabe preguntarnos ¿Qué se considera como intercambio complejo?, ¿Por qué complejizar algunos intercambios? La competencia y el afán de lucro, son valores ($$) que impiden el florecimiento de las relaciones sociales y comunitarias. Por otro lado, la colaboración y la contribución al bien común, podrían ser los motores de una economía no hegemónica.

III.             Economía feminista y autoorganización social
No pretendemos formular un nuevo sistema económico mundial hegemónico, esta vez al mando de las mujeres. Esto no es una revancha. Muy por el contrario, buscamos construir nuevas instancias de organización de los bienes y servicios. El carácter plural de la población mundial, sus diferencias geográficas y culturales, diversos modos de ver y hacer mundo, nos obligan a pensar la economía desde la diferencia.

La diferencia entre una economía feminista y otras economías: comunitarias, solidarias, de apoyo mutuo, sustentables, entre otras, radica en la necesidad de tomar posición con respecto a cómo se han ido dando históricamente las relaciones humanas de acuerdo a las categorías de género. Es economía feminista sobre todo por su fuerte crítica a la economía dominante que es sesgadamente patriarcal. Ejemplos de este sesgo patriarcal son la subordinación de las mujeres al trabajo doméstico (no remunerado y apenas concebido como trabajo), a la economía de los cuidados (de los hijos(as), del marido, y en muchos casos de sus padres o algún familiar enfermo), a recibir salarios desiguales e inferiores a los de los hombres ejerciendo una misma profesión, etc. El lugar que nos cede esta gran economía es nefasto y no se condice con nuestra voluntad de querer construir relaciones libres del control y la coacción.

La economía feminista se traduce en una praxis de organización social sin subordinación de ninguna parte, una economía en donde hombres y mujeres participemos en igualdad de condiciones políticas, con los mismos derechos, a pesar de nuestras diferencias, de sexo, etnia, edad, color de piel, etc., y mismos deberes. El qué producir, cómo producirlo, y cómo distribuirlo, será asunto de cada comunidad. Si se busca responder a estas interrogantes (clásicas de la teoría económica), o a otras nuevas, también su resolución corresponde a cada cultura. Si las acciones de intercambio se harán con dinero u otro medio, también. Lo que nos importa recalcar es que si estas economías se posicionan desde la asimetría de las relaciones humanas, buscando sacar provecho en perjuicio de una de las partes, será nuevamente desobedecida.

Una economía feminista crítica con el sistema de valoraciones jerárquicas, busca desestabilizar la hegemonía del sistema económico capitalista a partir de la negación de éste y la creación de nuevas relaciones basadas en la confianza, la proximidad, el consumo responsable, local (en principio) y sobretodo en la distribución justa de labores para la producción de la vida.




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