En tiempos de (neo) fascismo velado
bajo discursos de bonificaciones y leyes que no tocan ni un mínimo el aparataje
neoliberal, es necesario hablar de la violencia estructural que vivimos como
mujeres. Hemos visto al pueblo chileno y mapuche sometidos a una necropolítica
sistemática, con masacres en las calles, y en Wallmapu desde hace siglos. Una
democracia que permite la represión y coarta nuestra autonomía, y en el caso de
las mujeres, también la hemos vivido en la indolencia histórica con cada
feminicidio.
Desde el feminismo crítico, planteamos
que no todas las mujeres somos iguales: en un sistema patriarcal que desde sus
raíces ha sido colonial y se ha adaptado a todos los modelos económicos a lo largo
de la historia. Así vamos deconstruyendo las subalternidades y dándoles su
propia voz (campesinado, proletariado, mujeres, etc.) ,ñvistos como categoría
“monolítica” con una identidad única en ideas de Gayatri Spivak (1985). Las
mujeres populares tensan la cooptación del feminismo, maquillado a través de la
inconsistencia de figuras que defienden ideas de nuestra lucha, pero apoyan con
sus rostros la industria del retail, olvidando que el 24 de abril de 2013, quedó
al descubierto la muerte de 1.134 personas (en su mayoría mujeres) en el
colapso de una fábrica textil conocida como Rana Plaza en Bangladesh.
Las mujeres hemos guardado los
otros saberes contrahegemónicos; las mujeres de pueblos originarios y
afrodescendientes luchando contra el racismo; y las mujeres trans evidenciando
el esencialismo del sistema sexo-género. Aún la maternidad es un mandato que sigue
otorgando al Estado el control de nuestras cuerpas. La heterosexualidad
obligatoria, los cánones estéticos y las políticas de equidad disfrazadas en
discursos convenientes a los organismos internacionales, nos incomodan, porque
justamente se acomodan a la estructura patriarcal.
Con pueblos disociados según cuánta
capacidad de deuda tenga, el ilusorio crecimiento ha visto la naturaleza como
un recurso y no como parte esencial de lo que somos. El despojo de una vida digna
con el extractivismo, que seca la tierra y las aguas; o las inmobiliarias que retroexcavan
hábitats y vecindarios. La crisis hídrica expone que el discurso sanitizador e
higienizador del Estado chileno se hunde con comunidades enteras sin agua, por
la alteración irreversible de sus territorios con el negocio de la agroindustria,
forestales y proyectos hidroeléctricos tutelados por la clase política burguesa.
Comprender que nos necesitamos,
como tramas de interdependencia, en palabras de Judith Butler (2006), a pensar
en «comunidad», que Silvia Federici define como “un tipo de relación, basada en
los principios de cooperación y de responsabilidad entre unas personas y otras,
respecto a la tierra, los bosques, los mares y animales” (2013).
Desmontar la precarización de la
vida de las mujeres a través de los designios como el trabajo doméstico y
cuidados “por amor”, la feminización de la pobreza con trabajos esporádicos, las
políticas inútiles ante la violencia en contexto de pareja, la educación
sexista que anula nuestras cuerpas de placer y emancipación. El patriarcado a
través de una violencia estructural nos confronta a mantenernos unidas y
agudizar las contradicciones que se hacen más patentes con los fenómenos
sociales recientes.
Les invitamos a ver este video que
aborda parte del trabajo realizado en diciembre de 2019, en la Carpa de las
Mujeres en el marco de la Cumbre de los Pueblos.
Link: https://youtu.be/OiSECMT17fc
¡Resistimos para vivir, marchamos para transformar!
Link: https://youtu.be/OiSECMT17fc
¡Resistimos para vivir, marchamos para transformar!