Claudia Korol
En
Nuestra América han habido históricamente resistencias protagonizadas por
mujeres. Pero en muchas ocasiones, las mismas fueron realizadas desde el lugar
histórico en el que el patriarcado nos colocó a las mujeres: como responsables
de los cuidados de otros y otras. Las luchas por la vida, cuentan con un fuerte
protagonismo de las mujeres de los pueblos más oprimidos, ya sea cuando hay que
salir a enfrentar la represión, o cuando las políticas de despojo de los
territorios empujan a las comunidades al borde de la inexistencia.
Los
aportes del feminismo popular, están muy entrelazados a estas batallas.
Incorporamos a las mismas, la necesidad de que esta lucha sea también por la
defensa y el cuidado de nuestros propios cuerpos y territorios libres, en la
conciencia de que las mujeres libres, emancipadas, tenemos más posibilidades de
aportar a revoluciones que cuestionen simultáneamente los poderes opresores.
En
estos momentos, en los que estamos atravesando una crisis civilizatoria mundial, que tiene dimensiones financieras,
económicas, ambientales, energéticas, alimentarias, climáticas, sociales,
culturales, y políticas, se revelan con mucha fuerza los límites del sistema de
dominación, basado en la acumulación capitalista, el colonialismo y la opresión
patriarcal; tres sistemas que se refuerzan mutuamente y que en Nuestra América
se han establecido violentamente, a partir de la Conquista y la Colonización
primero, y a través de los procesos de recolonización del continente, de
nuestros territorios, cuerpos y saberes.
La
respuesta del capitalismo a la crisis civilizatoria es la profundización del
proceso de recolonización del continente. Se reorganizan las formas de dominio
internacional capitalista, de acuerdo con los intereses de las corporaciones
transnacionales -asociadas con las burguesías locales- y con el interés
geopolítico de los países imperialistas. Se agudiza el proceso de concentración
de capitales basado en la transferencia de valores de la periferia al centro, y
en el crecimiento de la superexplotación del trabajo, a partir de la
precarización laboral. Se avanza en un proceso de reprimarización de las
economías latinoamericanas, al acentuar su reorientación hacia actividades
primario extractivas o maquilas. El modelo
extractivista genera enormes ganancias a un pequeño grupo de empresas, a
costa de los intereses de las mayorías, de la destrucción y contaminación de la
naturaleza y del saqueo de los bienes comunes (agua, tierras, ríos, bosques,
glaciares, semillas, montañas).
El
patrón de reprimarización de la economía, se muestra como un modelo de
acumulación en expansión territorial, que choca con las formas de vida
tradicionales de comunidades enteras, que históricamente han cuidado el medio
ambiente, a través de sus formas específicas de reproducción de la vida.
El
extractivismo irrumpe en los territorios desestructurando las economías
regionales, destruyendo la biodiversidad, profundizando el acaparamiento de
tierras, expulsando a las economías rurales, campesinas e indígenas, y
violentando procesos de decisión ciudadana. El resultado es que la economía
depende casi exclusivamente de las exportaciones, volviendo a los países más
dependientes de las condiciones globales, como los precios internacionales de
las materias primas, o el aporte de inversores extranjeros, y debilitando las
soberanías nacionales. El agronegocio
hereda -entre otras características del modelo colonial de explotación- el alto
grado de concentración de las tierras. Es un modelo excluyente, porque no
necesita prácticamente personal. La mecanización vuelve irrelevante el trabajo
humano; y no hay consumidorxs locales, porque en general la producción es
exportada a países lejanos para alimentar ganado.
La
utilización de transgénicos homogeneiza
la producción agrícola, que es por naturaleza diversa y heterogénea. Se
sustenta en la mecanización y tecnificación del agro, y tiende al predominio de
medianas y grandes explotaciones agrícolas, intensivas en capital. Los
transgénicos se inscriben en el sistema internacional de patentes, lo que
permite que las empresas transnacionales lucren con su comercialización, y la
de los paquetes tecnológicos asociados. Los paquetes tecnológicos asociados a
los mismos, especialmente los agroquímicos, traen consecuencias graves para la
salud de las poblaciones. También la pérdida de la diversidad de producciones
agrícolas.
El
papel de los Estados -más allá de diferencias importantes entre los gobiernos
de los distintos países del continente- es favorecer a las políticas
extractivas y financiar infraestructuras para comercializar sus productos, así
como legislaciones que favorezcan las inversiones de las corporaciones
transnacionales. Son parte de la trama que garantiza los intereses privados
transnacionales.
Este
modelo debilita la democracia -y a veces la suprime- promoviendo una profunda
crisis de legitimidad política, subordinando la voluntad ciudadana a las
políticas transnacionales. Las crisis en Argentina, Brasil, dan cuenta de esta
situación en la que la democracia participativa ha sido cooptada por la acción
corporativa, basada en el objetivo de la máxima ganancia. Las corporaciones
presionan y desestabilizan a los gobiernos que presentan alguna resistencia ante
sus exigencias, llegando incluso a promover golpes de estado (Honduras,
Paraguay).
Las
políticas extractivistas se valen también de la precarización laboral, de la
pérdida de derechos sociales, que desvaloriza la fuerza de trabajo y se traduce
en mayor ganancia capitalista. En algunos países, como Argentina, la descarga
de la crisis se combina con la pérdida de espacios de los gobiernos
neodesarrollistas, y la llegada al gobierno de gobiernos neoliberales, que
acentúan y profundizan la pérdida de derechos de los sectores populares,
aumentando la desocupación, la precarización laboral, las dificultades para el
acceso a programas sociales, o a la educación, la salud, la vivienda, la
tierra, etc.
La
violencia es parte fundante de los sistemas de dominación coloniales,
patriarcales y capitalistas. En el contexto actual del continente, se agrava la
militarización de las disputas por la hegemonía capitalista, se desarrolla la
criminalización de la pobreza y de la protesta social, y el paramilitarismo
acentúa el control sobre las poblaciones. Las fuerzas represivas estatales y
paraestatales, quedan entramadas con las fuerzas militares del narcotráfico y
los servicios “de seguridad” de las transnacionales.
IMPACTOS SOBRE LAS VIDAS DE LAS
MUJERES
Las
políticas extractivistas vuelven más vulnerables a las mujeres en el grupo
familiar, en la sociedad, acentuando la división sexual del trabajo, la
invisibilización del trabajo doméstico y de la tareas de cuidado, la sobre
explotación de las mismas. Entre estos impactos se han denunciado:
-
Los megaproyectos alteran la vida cotidiana, impactan en la organización
familiar, y tienden a prolongar la jornada de trabajo invisible de las mujeres,
en la esfera considerada “privada”.
-
La pérdida de territorios, de espacios para el desarrollo de las agriculturas
familiares, la contaminación de las tierras, del agua, la pérdida de recursos
hídricos, afectan especialmente a las mujeres de las comunidades indígenas y
campesinas, sobre quienes recaen las tareas de reproducción de la vida. La
contaminación genera daños en la salud de la población, y afecta especialmente
a lxs niñxs, provocando malformaciones desde el nacimiento, enfermedades
crónicas, muertes evitables, recargando una vez más las tareas de cuidado de
las mujeres, y sus dolores y desgarros frente a estas vidas trastocadas.
La
utilización de agrotóxicos y otras sustancias contaminantes, impactan de manera
especial en las mujeres, que están más tiempo en la comunidad. Se han extendido
las denuncias de cáncer, los abortos espontáneos, las enfermedades alérgicas,
así como las que son producto del stress y la angustia.
El
desembarco de los grandes emprendimientos de la megaminería, la explotación
petrolera o de hidrocarburos no convencionales, las megarepresas, constituyen
verdaderos enclaves territoriales, que se vuelven nodos para el consumo de
prostitución, cuya demanda se sostiene con la trata y explotación sexual de
mujeres y niñas. Las rutas del petróleo, de la soja, de la megaminería, son las
rutas de la trata y de la prostitución.
Estas
formas de explotación, son negocios millonarios que sostienen y financian
gobiernos, se articulan con el tráfico de armas y drogas, y tienen vínculos
probados con el Estado. Son grupos ligados al poder, que acumulan
superganancias a partir de la mercantilización de los cuerpos de las mujeres y
travestis, y del arrasamiento de sus subjetividades.
La
precarización laboral afecta de manera especial a las mujeres, ensanchando las
brechas salariales con los hombres, naturalizando la doble explotación de la
fuerza de trabajo, tanto en las tareas remuneradas como en las no remuneradas. Como
parte de la división sexual del trabajo, se incrementa la migración de mujeres
para el trabajo doméstico, cuyas “ganancias” se transfieren como remesas a los
países de origen. Las mujeres migrantes, sufren de manera más aguda la falta de
derechos, de acceso a la salud, a la justicia, a la educación para sus hijxs.
La
cultura patriarcal, con su contenido fundamentalista, refuerza la violencia
contra los cuerpos y las autonomías de las mujeres, desde diferentes lugares.
Hay un modelo médico normalizador que violenta de manera sistemática las
posibilidades de decidir sobre nuestros cuerpos, nuestras sexualidades,
nuestras vidas. Las políticas de control de la reproducción, tanto por la
ilegalidad del aborto, como por las esterilizaciones forzadas en algunos
países, la adecuación de los cuerpos a un sistema héteronormativo, puestos a
disposición de las necesidades de reproducción del capital, la utilización de
los avances científicos y tecnológicos para “normalizar” los cuerpos en clave
héteropatriarcal, la divulgación de una cultura consumista y de un ideal de
belleza que lleva a la enfermedad o muerte de muchas mujeres, es parte de la
voluntad de disciplinamiento de nuestras subjetividades y de nuestras vidas.
Las
políticas fundamentalistas reafirman el conservadorismo y la negación de los
derechos de las mujeres, especialmente de los derechos sexuales y
reproductivos, del derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, del derecho al
aborto legal, seguro y gratuito.
Las
políticas de criminalización de la pobreza impactan de diferentes modos en las
mujeres. Las cárceles de mujeres están llenas de mujeres pobres. Los delitos,
por lo general, tienen relación con la sobrevivencia. Las mujeres son usadas
como “mulas”, para el transporte de pequeñas cargas de drogas, muchas veces en
sus propios cuerpos, generando grandes riesgos para la salud. Las mujeres son
detenidas por realizar abortos clandestinos. Han cometido robos pequeños para
sobrevivir ellas y sus hijxs. La vulnerabilidad de las mujeres privadas de
libertad es absoluta, tanto frente al sistema de justicia, como frente a la
opinión pública, los sistemas penitenciarios, e incluso los movimientos
populares y de mujeres. Son las nadies de los nadies.
Las
mujeres sufrimos también de manera especial, las consecuencias que provocan las
redes de narco entre lxs jóvenes pobres, que debido a la falta de oportunidades
para la realización de proyectos personales y colectivos, están especialmente
expuestos a ser coptados en los barrios, y suelen ser sus primeras víctimas.
Muchas mujeres viven hoy la pérdida de sus hijxs como consecuencia de las
guerras por territorio entre los narcos, o por la violencia que genera el
consumo. Los jóvenes están expuestos de manera directa a las políticas de
criminalización de la pobreza. El gatillo fácil, los linchamientos, las
detenciones arbitrarias, son parte de la vida cotidiana en las poblaciones
vulnerables. Las mujeres que cargan con las tareas de la sobrevivencia y el
cuidado, tienen también que hacerse cargo de las denuncias de los crímenes, y
hacerse cargo de la lucha contra la impunidad.
Estas
situaciones se agravan por la ausencia de equipamientos públicos de calidad
para las familias pobres, como hospitales, puestos de salud, escuelas,
pavimentación de calles, iluminación pública, transporte de calidad,
regularización de tierras, saneamiento público.
Las
dificultades para el acceso a la justicia por parte de las mujeres pobres,
racializadas, de las lesbianas, de las travestis y trans, es otro factor que se
superpone en esta suma de violencias.
En
los países en los que ha avanzado la militarización, las políticas de guerra,
las mujeres somos víctimas directas de la violencia, a través de la persecución
a las luchadoras, su encarcelamiento, a través de los femicidios, de la
violencia sexual que se ejerce desde las fuerzas militares y paramilitares,
pero también por parte de lxs integrantes de estas fuerzas en los contextos
familiares, y en general en las familias.
DESAFÍOS FEMINISTAS
En
este difícil contexto, las feministas populares tenemos entre nuestros
desafíos, al tiempo que acompañamos a mujeres que sufren violencias o
injusticias, articular nuestras acciones cotidianas, en un gran movimiento
social que pueda detener la lógica destructiva del capital, y proponer otro
horizonte civilizatorio. Es necesario recolocar en el debate feminista, el
análisis sobre los límites de las políticas de maquillaje de estos sistemas de
dominación, y reinstalar el horizonte socialista en nuestras propuestas,
pensando con Rosa Luxemburgo: socialismo o barbarie. Es barbarie lo que se
desarrolla ante nuestros ojos, bajo la forma de nuevas guerras, de
desapariciones, de descuartizamiento de jóvenes, de destrucción de las fuentes
de vida. Colocar en el debate feminista la perspectiva ecosocialista, en
diálogo con las experiencias de los feminismos comunitarios, los feminismos
negros, indígenas, populares, el lesbofeminismo, el transfeminismo, es una
necesidad para pensar no solo en políticas de resistencia ante la violencia
múltiple que recibimos en nuestros cuerpos, sino en horizontes posibles de
nuestros proyectos de vida, que partan de la descolonización de territorios,
cuerpos, saberes, de la defensa de la paz y de la vida, la desmilitarización de
nuestros territorios, y la defensa a ultranza del derecho a decidir sobre
nuestros cuerpos y vidas.
El
desafío de hacer política feminista significa en estos tiempos valorizar un
modo material y subjetivo de estar en el mundo, en el que sorteamos la escisión
colonial de cuerpos y sentidos, pensamientos-sentimientos, para integrarnos en
una fuerza deseante, diversa, disidente, que hace de nuestros derechos la base
de creación de una vida nueva.
Claudia
Korol,
educadora popular feminista, integrante de Pañuelos en Rebeldía. Conduce los
programas de radio Espejos Todavía, en FM La Tribu y Aprendiendo a volar en FM
La Tecno. Investigadora del CIFMSL (Centro de Investigación y Formación de los
Movimientos Sociales Latinoamericanos).