viernes, 22 de diciembre de 2017

Cuerpos y territorio libres. Las muchas batallas del feminismo popular


Claudia Korol

En Nuestra América han habido históricamente resistencias protagonizadas por mujeres. Pero en muchas ocasiones, las mismas fueron realizadas desde el lugar histórico en el que el patriarcado nos colocó a las mujeres: como responsables de los cuidados de otros y otras. Las luchas por la vida, cuentan con un fuerte protagonismo de las mujeres de los pueblos más oprimidos, ya sea cuando hay que salir a enfrentar la represión, o cuando las políticas de despojo de los territorios empujan a las comunidades al borde de la inexistencia.
Los aportes del feminismo popular, están muy entrelazados a estas batallas. Incorporamos a las mismas, la necesidad de que esta lucha sea también por la defensa y el cuidado de nuestros propios cuerpos y territorios libres, en la conciencia de que las mujeres libres, emancipadas, tenemos más posibilidades de aportar a revoluciones que cuestionen simultáneamente los poderes opresores.
En estos momentos, en los que estamos atravesando una crisis civilizatoria mundial, que tiene dimensiones financieras, económicas, ambientales, energéticas, alimentarias, climáticas, sociales, culturales, y políticas, se revelan con mucha fuerza los límites del sistema de dominación, basado en la acumulación capitalista, el colonialismo y la opresión patriarcal; tres sistemas que se refuerzan mutuamente y que en Nuestra América se han establecido violentamente, a partir de la Conquista y la Colonización primero, y a través de los procesos de recolonización del continente, de nuestros territorios, cuerpos y saberes.

La respuesta del capitalismo a la crisis civilizatoria es la profundización del proceso de recolonización del continente. Se reorganizan las formas de dominio internacional capitalista, de acuerdo con los intereses de las corporaciones transnacionales -asociadas con las burguesías locales- y con el interés geopolítico de los países imperialistas. Se agudiza el proceso de concentración de capitales basado en la transferencia de valores de la periferia al centro, y en el crecimiento de la superexplotación del trabajo, a partir de la precarización laboral. Se avanza en un proceso de reprimarización de las economías latinoamericanas, al acentuar su reorientación hacia actividades primario extractivas o maquilas. El modelo extractivista genera enormes ganancias a un pequeño grupo de empresas, a costa de los intereses de las mayorías, de la destrucción y contaminación de la naturaleza y del saqueo de los bienes comunes (agua, tierras, ríos, bosques, glaciares, semillas, montañas).
El patrón de reprimarización de la economía, se muestra como un modelo de acumulación en expansión territorial, que choca con las formas de vida tradicionales de comunidades enteras, que históricamente han cuidado el medio ambiente, a través de sus formas específicas de reproducción de la vida.
El extractivismo irrumpe en los territorios desestructurando las economías regionales, destruyendo la biodiversidad, profundizando el acaparamiento de tierras, expulsando a las economías rurales, campesinas e indígenas, y violentando procesos de decisión ciudadana. El resultado es que la economía depende casi exclusivamente de las exportaciones, volviendo a los países más dependientes de las condiciones globales, como los precios internacionales de las materias primas, o el aporte de inversores extranjeros, y debilitando las soberanías nacionales. El agronegocio hereda -entre otras características del modelo colonial de explotación- el alto grado de concentración de las tierras. Es un modelo excluyente, porque no necesita prácticamente personal. La mecanización vuelve irrelevante el trabajo humano; y no hay consumidorxs locales, porque en general la producción es exportada a países lejanos para alimentar ganado.
La utilización de transgénicos homogeneiza la producción agrícola, que es por naturaleza diversa y heterogénea. Se sustenta en la mecanización y tecnificación del agro, y tiende al predominio de medianas y grandes explotaciones agrícolas, intensivas en capital. Los transgénicos se inscriben en el sistema internacional de patentes, lo que permite que las empresas transnacionales lucren con su comercialización, y la de los paquetes tecnológicos asociados. Los paquetes tecnológicos asociados a los mismos, especialmente los agroquímicos, traen consecuencias graves para la salud de las poblaciones. También la pérdida de la diversidad de producciones agrícolas.
El papel de los Estados -más allá de diferencias importantes entre los gobiernos de los distintos países del continente- es favorecer a las políticas extractivas y financiar infraestructuras para comercializar sus productos, así como legislaciones que favorezcan las inversiones de las corporaciones transnacionales. Son parte de la trama que garantiza los intereses privados transnacionales.
Este modelo debilita la democracia -y a veces la suprime- promoviendo una profunda crisis de legitimidad política, subordinando la voluntad ciudadana a las políticas transnacionales. Las crisis en Argentina, Brasil, dan cuenta de esta situación en la que la democracia participativa ha sido cooptada por la acción corporativa, basada en el objetivo de la máxima ganancia. Las corporaciones presionan y desestabilizan a los gobiernos que presentan alguna resistencia ante sus exigencias, llegando incluso a promover golpes de estado (Honduras, Paraguay).
Las políticas extractivistas se valen también de la precarización laboral, de la pérdida de derechos sociales, que desvaloriza la fuerza de trabajo y se traduce en mayor ganancia capitalista. En algunos países, como Argentina, la descarga de la crisis se combina con la pérdida de espacios de los gobiernos neodesarrollistas, y la llegada al gobierno de gobiernos neoliberales, que acentúan y profundizan la pérdida de derechos de los sectores populares, aumentando la desocupación, la precarización laboral, las dificultades para el acceso a programas sociales, o a la educación, la salud, la vivienda, la tierra, etc.
La violencia es parte fundante de los sistemas de dominación coloniales, patriarcales y capitalistas. En el contexto actual del continente, se agrava la militarización de las disputas por la hegemonía capitalista, se desarrolla la criminalización de la pobreza y de la protesta social, y el paramilitarismo acentúa el control sobre las poblaciones. Las fuerzas represivas estatales y paraestatales, quedan entramadas con las fuerzas militares del narcotráfico y los servicios “de seguridad” de las transnacionales.

IMPACTOS SOBRE LAS VIDAS DE LAS MUJERES

Las políticas extractivistas vuelven más vulnerables a las mujeres en el grupo familiar, en la sociedad, acentuando la división sexual del trabajo, la invisibilización del trabajo doméstico y de la tareas de cuidado, la sobre explotación de las mismas. Entre estos impactos se han denunciado:
- Los megaproyectos alteran la vida cotidiana, impactan en la organización familiar, y tienden a prolongar la jornada de trabajo invisible de las mujeres, en la esfera considerada “privada”.
- La pérdida de territorios, de espacios para el desarrollo de las agriculturas familiares, la contaminación de las tierras, del agua, la pérdida de recursos hídricos, afectan especialmente a las mujeres de las comunidades indígenas y campesinas, sobre quienes recaen las tareas de reproducción de la vida. La contaminación genera daños en la salud de la población, y afecta especialmente a lxs niñxs, provocando malformaciones desde el nacimiento, enfermedades crónicas, muertes evitables, recargando una vez más las tareas de cuidado de las mujeres, y sus dolores y desgarros frente a estas vidas trastocadas.
La utilización de agrotóxicos y otras sustancias contaminantes, impactan de manera especial en las mujeres, que están más tiempo en la comunidad. Se han extendido las denuncias de cáncer, los abortos espontáneos, las enfermedades alérgicas, así como las que son producto del stress y la angustia.
El desembarco de los grandes emprendimientos de la megaminería, la explotación petrolera o de hidrocarburos no convencionales, las megarepresas, constituyen verdaderos enclaves territoriales, que se vuelven nodos para el consumo de prostitución, cuya demanda se sostiene con la trata y explotación sexual de mujeres y niñas. Las rutas del petróleo, de la soja, de la megaminería, son las rutas de la trata y de la prostitución.
Estas formas de explotación, son negocios millonarios que sostienen y financian gobiernos, se articulan con el tráfico de armas y drogas, y tienen vínculos probados con el Estado. Son grupos ligados al poder, que acumulan superganancias a partir de la mercantilización de los cuerpos de las mujeres y travestis, y del arrasamiento de sus subjetividades.
La precarización laboral afecta de manera especial a las mujeres, ensanchando las brechas salariales con los hombres, naturalizando la doble explotación de la fuerza de trabajo, tanto en las tareas remuneradas como en las no remuneradas. Como parte de la división sexual del trabajo, se incrementa la migración de mujeres para el trabajo doméstico, cuyas “ganancias” se transfieren como remesas a los países de origen. Las mujeres migrantes, sufren de manera más aguda la falta de derechos, de acceso a la salud, a la justicia, a la educación para sus hijxs.
La cultura patriarcal, con su contenido fundamentalista, refuerza la violencia contra los cuerpos y las autonomías de las mujeres, desde diferentes lugares. Hay un modelo médico normalizador que violenta de manera sistemática las posibilidades de decidir sobre nuestros cuerpos, nuestras sexualidades, nuestras vidas. Las políticas de control de la reproducción, tanto por la ilegalidad del aborto, como por las esterilizaciones forzadas en algunos países, la adecuación de los cuerpos a un sistema héteronormativo, puestos a disposición de las necesidades de reproducción del capital, la utilización de los avances científicos y tecnológicos para “normalizar” los cuerpos en clave héteropatriarcal, la divulgación de una cultura consumista y de un ideal de belleza que lleva a la enfermedad o muerte de muchas mujeres, es parte de la voluntad de disciplinamiento de nuestras subjetividades y de nuestras vidas.
Las políticas fundamentalistas reafirman el conservadorismo y la negación de los derechos de las mujeres, especialmente de los derechos sexuales y reproductivos, del derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, del derecho al aborto legal, seguro y gratuito.
Las políticas de criminalización de la pobreza impactan de diferentes modos en las mujeres. Las cárceles de mujeres están llenas de mujeres pobres. Los delitos, por lo general, tienen relación con la sobrevivencia. Las mujeres son usadas como “mulas”, para el transporte de pequeñas cargas de drogas, muchas veces en sus propios cuerpos, generando grandes riesgos para la salud. Las mujeres son detenidas por realizar abortos clandestinos. Han cometido robos pequeños para sobrevivir ellas y sus hijxs. La vulnerabilidad de las mujeres privadas de libertad es absoluta, tanto frente al sistema de justicia, como frente a la opinión pública, los sistemas penitenciarios, e incluso los movimientos populares y de mujeres. Son las nadies de los nadies.
Las mujeres sufrimos también de manera especial, las consecuencias que provocan las redes de narco entre lxs jóvenes pobres, que debido a la falta de oportunidades para la realización de proyectos personales y colectivos, están especialmente expuestos a ser coptados en los barrios, y suelen ser sus primeras víctimas. Muchas mujeres viven hoy la pérdida de sus hijxs como consecuencia de las guerras por territorio entre los narcos, o por la violencia que genera el consumo. Los jóvenes están expuestos de manera directa a las políticas de criminalización de la pobreza. El gatillo fácil, los linchamientos, las detenciones arbitrarias, son parte de la vida cotidiana en las poblaciones vulnerables. Las mujeres que cargan con las tareas de la sobrevivencia y el cuidado, tienen también que hacerse cargo de las denuncias de los crímenes, y hacerse cargo de la lucha contra la impunidad.
Estas situaciones se agravan por la ausencia de equipamientos públicos de calidad para las familias pobres, como hospitales, puestos de salud, escuelas, pavimentación de calles, iluminación pública, transporte de calidad, regularización de tierras, saneamiento público.
Las dificultades para el acceso a la justicia por parte de las mujeres pobres, racializadas, de las lesbianas, de las travestis y trans, es otro factor que se superpone en esta suma de violencias.
En los países en los que ha avanzado la militarización, las políticas de guerra, las mujeres somos víctimas directas de la violencia, a través de la persecución a las luchadoras, su encarcelamiento, a través de los femicidios, de la violencia sexual que se ejerce desde las fuerzas militares y paramilitares, pero también por parte de lxs integrantes de estas fuerzas en los contextos familiares, y en general en las familias.

DESAFÍOS FEMINISTAS
En este difícil contexto, las feministas populares tenemos entre nuestros desafíos, al tiempo que acompañamos a mujeres que sufren violencias o injusticias, articular nuestras acciones cotidianas, en un gran movimiento social que pueda detener la lógica destructiva del capital, y proponer otro horizonte civilizatorio. Es necesario recolocar en el debate feminista, el análisis sobre los límites de las políticas de maquillaje de estos sistemas de dominación, y reinstalar el horizonte socialista en nuestras propuestas, pensando con Rosa Luxemburgo: socialismo o barbarie. Es barbarie lo que se desarrolla ante nuestros ojos, bajo la forma de nuevas guerras, de desapariciones, de descuartizamiento de jóvenes, de destrucción de las fuentes de vida. Colocar en el debate feminista la perspectiva ecosocialista, en diálogo con las experiencias de los feminismos comunitarios, los feminismos negros, indígenas, populares, el lesbofeminismo, el transfeminismo, es una necesidad para pensar no solo en políticas de resistencia ante la violencia múltiple que recibimos en nuestros cuerpos, sino en horizontes posibles de nuestros proyectos de vida, que partan de la descolonización de territorios, cuerpos, saberes, de la defensa de la paz y de la vida, la desmilitarización de nuestros territorios, y la defensa a ultranza del derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y vidas.
El desafío de hacer política feminista significa en estos tiempos valorizar un modo material y subjetivo de estar en el mundo, en el que sorteamos la escisión colonial de cuerpos y sentidos, pensamientos-sentimientos, para integrarnos en una fuerza deseante, diversa, disidente, que hace de nuestros derechos la base de creación de una vida nueva.



Claudia Korol, educadora popular feminista, integrante de Pañuelos en Rebeldía. Conduce los programas de radio Espejos Todavía, en FM La Tribu y Aprendiendo a volar en FM La Tecno. Investigadora del CIFMSL (Centro de Investigación y Formación de los Movimientos Sociales Latinoamericanos).

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