miércoles, 4 de octubre de 2017

Las mujeres chilotas y la papa nativa de Chiloé



UN EJERCICIO PRÁCTICO DE SOBERANIA ALIMENTARIA

Mafalda Galdames

Esa mujer que viste de aromos y alegrías
Esa mujer que recorre senderos de rebeldía
Esa mujer que amasa el pan y cultiva semillas
Esa mujer guarda tesoros en su vida.

Hace unos años realicé una investigación en el Archipiélago de Chiloé sobre las mujeres productoras de la papa nativa, y todo lo que se relacionaba con su producción, consumo y comercialización. Fue entonces que surgió este poema, como un homenaje a Norma, Editha, Coralía, Zulema, y tantas otras mujeres chilotas que están allí desde siempre, y que antes de ellas, estuvieron sus madres y sus abuelas, y así ha sido en la historia de esas mujeres, que no cuentan en las estadísticas, ni en el producto geográfico bruto, ni en las cifras económicas que presenta el país, porque siguen siendo anónimas, porque los libros de literatura, de economía o de historia, no nos hablan de ellas, las mujeres rurales e indígenas de Chiloé.

Comprobar que el factor geográfico y climático es determinante para el cultivo de especies nativas de la papa y que las relaciones sociales, costumbres y creencias están indisolublemente ligadas a ese factor geográfico, tal vez no sea nada nuevo. Lo interesante está dado en la integración de las variables género y cultura bajo un mismo ciclo, como es el ciclo de la naturaleza. Aquí se conjugan las aguas, los vientos, el sol y la mano femenina para conservar lo que hace miles de años dejaron las semillas sobre la tierra. Son las mujeres con su sabiduría y su arraigado ancestro maternal, quienes a veces de manera muy intuitiva, y otras de manera racional, pero cuyo objetivo finalmente es práctico, han llevado a preservar en este archipiélago las distintas variedades de papas nativas.

Las mujeres chilotas son las que principalmente desarrollan el ejercicio práctico de conservación, cuidado y reproducción de las semillas de papas nativas. Así ha sido a través de las distintas generaciones que han habitado estas islas, las mujeres agricultoras las cultivan a veces en franca oposición con los hombres, y cuando existe acuerdo mutuo, son las mujeres las que cuidan el papal chico, a diferencia del papal grande que está destinado a la producción comercial para el sustento de la familia y se encuentra a cargo de los varones. Cuando hablamos del papal chico, todas las faenas de labranza para el cultivo de las papas nativas las hace la mujer, a veces ayudada por los hijos, demostrando con esta discriminación que se alarga desde las labores de la casa a las labores de siembra, que para los hombres la papa nativa no tiene el valor que se le otorga a la papa certificada.

Al hacer el análisis de género, no podemos evitar comprobar que la discriminación hacia la mujer se reproduce también hacia esa relación estrecha que mantiene la mujer con la papa nativa. Es tan evidente el menoscabo que se hace de esta labor, que cuando la mujer tiene las papas en su hogar no tienen significado comercial, ni tiene el valor que se le asigna automáticamente cuando es solicitada para el laboratorio. Allí pasa a tener el valor que le asigna el hombre científico, aunque la mujer agricultura, campesina o indígena le haya otorgado un nombre, una clasificación y un destino específico de uso alimentario.

En general, las encuestas que se realizan a los hogares campesinos, subestiman las faenas agrícolas de las mujeres como actividad económica del hogar. Las actividades complementarias se ignoran, como es el trabajo de la recolección de frutos silvestres o algas y productos marinos, no se registra el trabajo que realizan las mujeres en la huerta familiar o en múltiples actividades de vital importancia para el desarrollo de la producción agropecuaria (alimentar animales, preparar comida para otras personas, comercializar productos artesanales y en pequeña escala)[1]. Desde este punto de vista, la mujer campesina desde que tiene memoria ha estado presente en las labores agrícolas, pero su participación en el mercado siempre ha estado supeditada a la decisión masculina. En la actualidad, la feria municipal es el espacio de mercadeo más directo para las mujeres, en los mercados locales ellas entregan y venden sus productos directamente al consumidor, desde estos lugares, con la comercialización de las papas, es precisamente donde se pueden establecer alianzas con los habitantes urbanos.

Por otro lado, el sentido comunitario y solidario se debilita producto de una exacerbada carrera por la competitividad orientada desde la lógica del Estado y la política de la oferta y la demanda que se ha implantado a través del modelo neoliberal. Además, los instrumentos que toma el actual gobierno para aplicar mayor equidad y disminuir las desigualdades existentes en género y roles asignados para hombres y mujeres en el mundo del trabajo, no han sido lo suficientemente asertivos para generar un nuevo trato en la distribución de roles. Muy por el contrario, todas las tendencias actuales son devolver a las mujeres su rol tradicional de madres y esposas. Así ha quedado de manifiesto cuando interviene el FIA, la Universidad Austral, el SAG y las instituciones estatales en la investigación y certificación de las papas nativas, invisibilizando a las mujeres de manera concertada, pues visto el proceso a través del tiempo, estas instituciones públicas intervienen para el registro y certificación, que facilita la producción y comercialización a gran escala y en proyección a la exportación, tarea destinada predominantemente a los hombres.

En la comuna de Chonchi, el Centro de Educación y Tecnología, CET, que creó el “Banco de Semillas de Papas Chilotas” para rescatar las diversas variedades de papas e incentivar su producción y preservar el recurso genético de ellas, organizó en su oportunidad a las mujeres que integran el programa de rescate y cuidado de las papas nativas de Chiloé, ellas son reconocidas por su comunidad y por sectores del ámbito universitario y académico. Y en los mercados locales y centros comerciales donde entregan sus productos, también son valoradas por el trabajo productivo y económico que ellas realizan. Esas son las nuevas relaciones que inspiran un sistema equitativo y una alianza perdurable de la sociedad civil basada en el respeto, el conocimiento y el trabajo entre hombres y mujeres para un comercio justo.

El CET de Notuco, desde sus inicios creyó en las mujeres, en su tesón por conservar las semillas, en la creatividad que ellas ponen al servicio de las papas, en el conocimiento ancestral, en la sabiduría de sus secretos, en el cuidado, curación y reproducción de las semillas, con la certeza que la producción agrícola familiar y campesina es la adecuada para un manejo sustentable en el tiempo, favorable a una economía solidaria y amigable con la biodiversidad y conservación genética de las semillas como herencia para las futuras generaciones de una alimentación sana y nutritiva.

Han sido las mujeres las que se han traspasado estos conocimientos agrícolas, son las mujeres, con su forma de concebir la vida que han dado forma a una relación ancestral, que se traspasa de generación en generación para sostener en el tiempo actual una cultura agroecológica, arraigada en los ciclos de la naturaleza, bajo una concepción eco feminista, que ha influido en el rescate de la papa nativa de Chiloé. Hablamos en definitiva de la sabiduría femenina, de la acción y práctica que integra estos dos elementos, la cultura y el género como variables determinantes para demostrar que la isla de Chiloé, es un campo de cultivo para las papas, para su mitología, costumbres y creencias que escapan al razonamiento científico, pero que están allí presentes para desarrollar desde sus islas y desde el trabajo que realizan las mujeres campesinas de las distintas localidades chilotas, un ejercicio práctico de soberanía alimentaria.

Con mucha nostalgia las mujeres recuerdan las distintas variedades de papas que se han ido perdiendo a través de los años y quisieran preservar en el futuro ese conocimiento -que piensan, no muy lejos de la realidad- se irá con ellas cuando mueran. Plantean su tristeza, porque no ha habido una transmisión masiva de valores solidarios y conocimientos que rodean la cultura de la conservación de las semillas originales, para dejar -como ellas mismas dicen- esta rica herencia a las futuras generaciones.

Cuando la juventud se da cuenta sobre el valor de este producto, cuando se les enseña a producir y cuidar las semillas y a otorgarle un valor agregado a las papas, los jóvenes de ambos sexos aprenden a quererlas y a sentir un grado de satisfacción cuando ven el producto de su trabajo. La tendencia futura de la transmisión generacional es determinada también por el sexo femenino, pues son las mujeres jóvenes, hijas o nietas quienes preferentemente van a seguir el camino iniciado por sus madres o abuelas.

A través de los diferentes testimonios, nos queda la certeza de que han sido ellas, las que en franca oposición a sus maridos e hijos, con paciencia y ternura casi maternal han logrado recuperar especies en vías de extinción y situado a las papas nativas en el lugar que se merecen, las mesas de los mejores restoranes. En general no ha sido la comercialización la finalidad primera, ello ha surgido con la valorización del sabor y el aporte nutritivo que cada especie le ha otorgado a los diferentes platos que se han ido descubriendo y de manera casi paralela a su redescubrimiento como un bien común de la humanidad. Se manifiesta de esta manera el soporte cultural del cultivo de la papa en la isla de Chiloé.

El cultivo de la papa nativa de Chiloé es patrimonio de todos los habitantes chilotes

La papa nativa se encuentra para consumo alimentario y al servicio de todas las generaciones actuales y futuras de la provincia y de todas las regiones del país.
Todas las familias campesinas, rurales e indígenas habitantes de Chiloé, sin excepción, producen papas nativas o certificadas para su dieta alimenticia, no olvidemos que en este territorio, los habitantes a través de cientos de años, pueden conservar sus propias semillas y prescindir de la compra en el comercio para cultivarlas, y tampoco debemos olvidar que las propias papas mejoradas y registradas tienen su origen en los genes de las papas nativas. Estos agricultores y agricultoras aun conservan en sus bodegas y graneros ambas especies, para alimento de la familia y el ganado, destinando además los excedentes a la venta y el comercio.

Aunque, quizás la tendencia haya sido en el tiempo ir alejándose de estas prácticas solidarias, sus habitantes aun practican formas de intercambio de semillas para su mejoramiento genético. En los hogares chilotes se conserva la costumbre de la comida casera, y la mayoría de las mujeres rurales y urbanas tienen entre sus recetas, la preparación de los chapaleles, el milcao, la chochoca, las papas rellenas, siendo las papas cocidas un complemento infaltable en todas las comidas.

Existe una estrecha relación entre las costumbres, creencias, leyendas y mitologías con la práctica agrícola del cultivo de la papa

La identidad cultural chilota, no solo se expresa en el cultivo de la papa. Está presente en la vida cotidiana de los chilotes y chilotas. Todos los sucesos que no tienen una explicación racional para los habitantes de este archipiélago, serán explicados a través de un cuento o una fábula. Esas relaciones incestuosas que dejan embarazada a la muchacha de la casa sin haber traspasado la puerta de calle, fue la culpa del “Trauco” que llegó por la noche a visitarlas. Ese barco que pasa en la lejanía que aparece con sus luces portentosas, su música endiablada y cruza el océano solo una vez al año, es el “Caleuche”, la sirena que encanta a los marinos es la niña perdida que clama ser encontrada. Las papas nativas en esencia misma son mágicas, son el maná que brota de la tierra y permanece por más de diez mil años sobre las placas continentales, y por qué sorprenderse ante esta maravilla, si las mujeres están dotadas de ese sentido mágico que las conecta con la luna y las estrellas, con los vientos y las lluvias, es el contacto cotidiano con la tierra, es la estrecha relación con las lenguas de fuego que chispean sobre los fogones y cocinas, es la brisa ondulante del bordemar que cristaliza la mirada y alarga los pensamientos, como no soñar, como no crear, como no imaginar que la papa es mágica con sus diversos colores, formas y aromas.

Esta provincia ubicada al sur del mundo, separada del continente chileno por el Canal de Chacao, que cuenta con más de 130.000 habitantes, está declarada “Centro de Origen de la Papa”. A pesar que ha habido un aumento considerable de “erosión genética de sus semillas”, en la actualidad solo es posible establecer un registro de 284 variedades únicas de semillas. Pero este registro no hubiese sido posible, sino hubiesen permanecido en las comunidades indígenas y en los huertos de las familias chilotas, y dentro de esas familias quienes han sido sus permanentes defensoras desde hace más de tres décadas; las mujeres campesinas chilotas, que desde el trabajo doméstico, han pasado a ser avanzando el tiempo, las productoras de las papas chilotas.

La práctica comunitaria del cultivo de la papa, como base de una economía solidaria y sustentable para las familias campesinas e indígenas de la isla, es una forma de ejercicio práctico de soberanía alimentaria. Las mujeres sin dudarlo han compartido sus conocimientos y entregado sus papas nativas en ferias de biodiversidad e intercambio de semillas, regalándolas a sus vecinos/as, entregando sus conocimientos a las y los jóvenes estudiantes de agronomía y escuelas técnicas agrícolas, para que persistan en las labores de cultivar esas valiosas semillas, ellas mismas realizan sus propios registros y bautizos de papas para conservarlas en sus graneros bajo resguardo artesanal de semillas.

Cuando desprendidamente y sin afanes egoístas se entregan esas semillas a los investigadores y científicos para la realización de estudios tendientes a combatir las plagas que afectan a las papas, propiciando con ello la introducción de especies mejoradas para ampliar los cultivos y adaptarlos a las otras regiones, que abastecen los mercados de todo el territorio de nuestro país -como ha ocurrido constantemente en la dinámica social y económica en que nos envuelve el sistema político de nuestro país-, una vez que se ha conocido el valor alimentario y culinario de esas variedades de papas y se descubre el potencial económico que ellas pueden proporcionar, las mujeres son relegadas a un segundo plano o a la invisibilidad casi absoluta del papel que antes jugaron en esta cadena de rescate de la papa nativa, pasando los técnicos, los intermediarios, los científicos, los chef y los comerciantes a ocupar un lugar preponderante y desde una práctica patriarcal se niega el valor productivo que las mujeres campesinas e indígenas han tenido y tienen desde siempre en la actividad agrícola nacional.

La comercialización de sus productos aun se mantiene bajo un sistema precario y artesanal de venta directa, cuya ganancia para la sustentabilidad de esas familias no pasa por la intervención de intermediarios, sino que por la instalación de un sistema comunitario en relación contractual horizontal con un sistema de acopio o centro de ventas cooperativo, donde las mujeres productoras puedan vender sus productos directamente al consumidor ya sea en ferias locales o mercados municipales, a un precio equitativo en relación a los esfuerzos por ellas realizados. Por lo tanto, no significa un negocio lucrativo para las economías femeninas. La sociabilidad campesina se mantendrá y producirá el intercambio y acercamiento necesario entre lo rural y lo urbano a través de este comercio solidario y de equilibrio justo entre la oferta y la demanda que se produce entre compradores y vendedores directos y/o entre hombres y mujeres que participan en una cadena económica sustentable y armónica de los distintos actores que integran la diversidad alimentaria de los pueblos.



Mafalda Galdames Castro
Magíster en Estudios Sociales y Políticos Latinoamericanos
Universidad Alberto Hurtado


[1] Análisis Socio Económico de Género, FAO; Ministerio de Agricultura, Consultoras Angélica Wilson, Carolina Oliva, CEDEM. Santiago, enero 2006.

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