El debate sobre el aborto, suele concentrarse en lo moral. Por un lado dicen que el aborto es inmoral, por el otro, que es inmoral su prohibición Pero a través de la historia, el acceso al aborto ha tenido poco que ver con las creencias morales del momento, y mucho más con el ambiente económico de quien pretende o no realizarlo.
Las mujeres siempre han abortado y lo harán siempre que quieran. Han tenido siempre sus métodos par abortar, algunos más efectivos y seguros que otros. Se han visto grandes logros tanto en la prevención del embarazo como en el acceso al aborto, especialmente en los últimos 50 años, sin embargo, siguen siendo problemas graves hasta el día de hoy.
Sabemos que el estatus legal del aborto en un determinado país no tiene relación ninguna con la tasa del aborto en dicho país No existen estadísticas confiables sobre las mujeres que se realizan abortos en Chile, pero el Ministerio de Salud estima que abortan 120.000 mujeres al año. En los países que el aborto es legal, como EEUU, sabemos que 1 de cada 3 mujeres aborta por lo menos una vez en la vida, y 6 de cada 10 mujeres que abortan ya tienen un hijo. Casi la mitad vive debajo de la línea de la pobreza establecida por el Estado¹.
La sociedad en que vivimos está basada en jerarquías, sistemas que otorgan poder (económico, político y social) a un grupo de personas al perjuicio de los demás. La clase social, el género, la etnia; son sistemas que no operan de manera independiente, sino que interactúan y se relacionan entre sí. Así es cómo podemos decir que las mujeres sufren de una falta de acceso al poder, pero que las mujeres pobres sufren más esa carencia y claro las mujeres pobres e indígenas, aún más. La interacción de los sistemas de poder implica, por un lado, más exposición a lo que puede dañar la salud, y por otro lado, menos acceso a servicios y bienes que pueden proteger la salud. En el asunto del aborto estas jerarquías limitan el acceso de las mujeres a la prevención del embarazo, el acceso al aborto seguro, y también el acceso a los recursos necesarios para que un hijo no tenga un impacto demasiado adverso en su vida.
El acceso a los métodos de prevención del embarazo es complejo y va mucho más allá de la disponibilidad física y el costo de los anticonceptivos. En un país como Chile, donde las mujeres tienen derecho a los anticonceptivos en el sistema de salud pública, la falta de educación sobre su uso y los tipos de anticonceptivos disponibles. La cultura impide que las mujeres aprendan y tomen iniciativas propias para evitar el embarazo, por ejemplo, comprando sus propios condones. Las normas de genero impiden que las mujeres exijan el uso del condón por parte sus parejas, especialmente si están en una situación de violencia doméstica, y más aún si sus parejas las mantienen económicamente. Lamentablemente, es más probable que una mujeres pobre sea violada, por un conocido o un desconocido que una mujer no pobre.
Todo eso, dentro del marco de la persistente inequidad socioeconómica que viven las mujeres. Las mujeres son más pobres que los hombres. Siguen ganando menos que los hombres, por el mismo trabajo y enfrentan barreras significativas para encontrar trabajo.
Una vez que queda embarazada, las opciones que tiene una mujer pobre son muy limitadas. Una mujer con más recursos económicos puede pagar por un aborto seguro en una clínica privada, o viajar a otro país para realizarlo. También cuenta con las redes sociales para ubicar dicha clínica, y que la acepten como paciente.
El incremento en el uso del medicamento misoprostol, que puede ser usado por las mujeres mismas, con un costo mucho menor, ha dado mayor acceso al aborto a las mujeres pobres. Pero sigue siendo un costo impensable para millones de mujeres a través del mundo. Y aun así, el nivel socioeconómico determina el acceso a la información que necesita para usar correctamente el misoprostol. Los recursos económicos y sociales con que cuenta una mujer, puede ser la diferencia entre la vida y la muerte o la cárcel.
Si una mujer decide abortar pero no lo logra debido a estas barreras, las consecuencias son extensas. Un estudio reciente en California, fue el primero en analizar las consecuencias a largo plazo entre las mujeres que quisieron abortar, pero no pudieron. En muchas partes del mundo, el aborto es legal solo hasta las 12 semanas de embarazo. Si llegas al centro de salud con 12 semanas y 1 día, no te pueden hacer el aborto. Comparando las mujeres que fueron rechazadas por este motivo, con las mujeres que llegaron justo antes del límite, encontraron que las mujeres que no abortaron, 2 años después del parto, sufrieron un impacto económico sustancial. Ya eran pobres al momento de solicitar el aborto, pero dos años después, las que no pudieron abortar se hicieron más pobres que las mujeres que si abortaron. Era más probable que recibieran apoyo económico del Estado, que estuvieran cesantes y que siguieran viviendo con una pareja abusadora, debido a la dependencia al aporte económico en el hogar.
Cabe mencionar, además, que el aborto no tiene efectos en la salud mental. En el corto plazo, la emoción más frecuente que reportan las mujeres después del aborto, es el alivio. A los dos años, la única diferencia entre los dos grupos, fue que las mujeres que no abortan sufrieron más estrés.
Estos datos no son novedosos para cualquier persona que tiene un hijo y conoce el costo de criar un niño. Los costos del parto son mayores al costo del aborto; además, el parto es más riesgoso y si hay secuelas, afectaran no solamente su salud, sino también sus posibilidades de trabajo. Para las mujeres que no pueden acceder a los derechos de maternidad en el trabajo –que en Chile, son todas las mujeres que no tienen un contrato- también deben asumir los costos del tiempo que no trabajan antes y después del nacimiento del hijo. Las mujeres sin derecho a sala cuna –una gran parte de la clase media chilena- También debe asumir ese costo. Tener un hijo en un momento no oportuno puede limitar severamente las oportunidades de estudio y de trabajo de las mujeres. Se suman los gastos diarios de cuidado del niño, en el colegio, la universidad.
Por supuesto, todos los anteriores son derechos básicos de los padres y las madres, y es igual de necesario luchar para lograr acceso equitativo a ellos. La decisión de tener o no tener un hijo es muy personal, y las políticas que obligan a las mujeres a abortar, porque no cuentan con los recursos para tener un hijo, violan los derechos de las mujeres de la misma manera que las políticas que les prohíben abortar. Pero el punto es, que cuando se le niega un aborto a una mujer, el impacto económico es para toda la vida.
Si las organizaciones anti-aborto realmente quisieran elimina el aborto, lo lógico sería que promocionaran la anticoncepción. Pero los grupos más militantes suelen estar en contra de la anticoncepción también, porque según ellos, tanto los métodos hormonales como la T de cobre, prohíben la implantación de un ovulo fecundado. Esto es un mito, y es probable que los dirigentes anti-aborto lo sepan; quienes muchas veces hasta son profesionales de la salud.
Las clases dominantes, que suelen pertenecer a las organizaciones anti-aborto, tratan de controlar la reproducción de la clase trabajadora para sus propios fines. Los anticonceptivos también se han usado por las clases dominantes, para controlar la reproducción de las mujeres pobres, cuando les ha convenido hacerlo. Por ejemplo, en muchos países se han promovido, o incluso impuesto a la fuerza, métodos anticonceptivos permanentes, como la esterilización, o los semi-permanentes, como los dispositivos intrauterinos (DIU) y los implantes, por sobre los demás métodos anticonceptivos. Mientras hay muchas mujeres que prefieren usar estos métodos, no son métodos que ellas mismas controlan. Y muchas mujeres han reportado, al solicitar sacarse su DIU, mucha resistencia por parte del personal médico, especialmente si es pobre o ya tiene hijos.
A veces ese control es muy sutil. Como las clases dominantes suelen controlar a la cultura masiva a través de la prensa y a la entretención no es difícil que impongan su moral en los demás; son quienes cuentan con los recursos económicos, políticos y sociales para hacer oír su discurso. ¿Cuántas veces se ha visto la historia de la joven que queda embarazada y decide abortar, hasta que llega su pareja y la convence de criar al hijo juntos? Según el estudio de California antes mencionado, sabemos que lo más probable es que esa relación no dure ni dos años. Pero predomina la idea de que la mujer continúe su embarazo, que aprenda a disfrutar la maternidad, puesto que le va a cambiar la vida para mejor, y nunca se arrepentirá de haber tenido su hijo. Sin duda, para muchas mujeres es así, pero para otras no y son justamente las invisibilizadas por los medios.
El aborto no es solamente un asunto de género, sino también de clase. Los paradigmas de la moralidad no nos sirven. Porque independiente de si crees que el aborto es moral o no, el aborto existe. La falta de acceso es uno de los muchos factores que mantienen a las mujeres en una posición subordinada en la jerarquía social. Es indispensable que lo reconozcamos como tal, y luchemos para lograr el acceso equitativo al aborto seguro.
¹Guttmacher Institute, http://www.gutmatcher.org
²Advacing New Standards in Repreoductive Health (ANSIRH) http://www.ansirh.org/index.php
Emily Seiter, MMM-Chile
Antropóloga, Magister en Salud Pública.